Hasta no hace mucho tiempo sabía manejar tan sólo el msn, ahora escribo un blog y de a poco fui conociendo algunas de las innumerables redes sociales de Internet que hoy existen. Amigos y amigas me invitaron a participar de estas nuevas maneras de comunicarse y conocerse. Al principio, como todo, no sabía cómo usarlas y ni para que eran usadas. Luego, con el tiempo, aprendí que no son tan difíciles como parecían en un primer momento y que sirven entre otras cosas para reencontrarse con viejos conocidos.
Hace poco, en una de estas redes sociales, me encontró un compañero de la primaria, y ya hábiles en esto de Internet nos intercambiamos correos y comenzamos a chatear. Darío fue compañero mío desde segundo grado hasta séptimo, momento, en ese entonces, en que los chicos solían egresar de la primaria para pasar al primer año del secundario; hoy la verdad es que no se cómo es, en definitiva cambiaron tantas veces que me mareó un poco, y al no tener hijos uno se queda afuera de estos cambios.
Mi ex compañero me hizo recordar muchas cosas lindas: charlas, juegos y travesuras que compartimos juntos, y con Javier, otro de mis inseparables amigos de la escuela; recuerdos verdaderamente hermosos. Pero lo que más me agradó recordar, fue algo que me pasó en sexto grado, y que la verdad me había olvidado completamente. Y sinceramente, no se cómo Darío se acordaba de un hecho tan insignificante para su vida, y yo me olvidado completamente, siendo que había sido algo casi trascendental para la mía.
Yo desde siempre estuve cuasi-enamorado de Cecilia, pero nunca me animé a decírselo, y los únicos que lo sabían eran Darío y Javier, mis dos inseparables amigos, mis hermanos de la vida, mis confidentes, aquellos que nunca podían traicionar algo tan elemental y básico como el código de la amistad.
El “Día del estudiante”, día en el que se realizaban innumerables y eternos festivales dentro y fuera del pueblo, era un día mágico, la juventud salía y se hacía dueña de la calle, y en cada plaza había decenas de chicos disfrutando de su día. Los muchachos, por lo general, al principio jugábamos a la pelota solos pero luego, tal vez empujados por algún instinto extraño de participación mixta, invitábamos a las chicas a unirse al grupo haciendo el clásico “mezcladito”.
Mas tarde, nos juntábamos a jugar a aquellos juegos que nos daban vergüenza pero que nos permitía estar cerca de “robarle” un beso a la nena que nos gustaba. El Semáforo, La Botellita y el Verdad o Consecuencia eran lo ideal para estos fines.
Yo siempre me ligaba los cachetazos de todas las chicas, y para no ser menos Cecilia también me los daba. Pero este año iba a ser distinto yo tenía un plan.
Aquel 21 de septiembre, cuando el calor seco del pueblo se comenzaba a hacer sentir, un rato después de jugar a la pelota, vi a Javier justo cuando se estaba tomando la coca de Darío, y este no tardó en notarlo y se le fue encima. Yo había visto toda la escena de lejos, me acerqué sigilosamente a los dos y les dije que eran unos tarados por pelearse por una huevada así, agarré la latita de gaseosa y la tiré al piso y la pisé ahí mismo, delante de esos dos gladiadores que se la estaban disputando.
¡Para qué hice eso! A Javier no le importó nada, total el ya había tomado, pero Darío me quería comer crudo, pero no lo hizo. Inteligente, se fue enojado pero calladito, directo a planear su estrategia de venganza.
- Parece que el gil se enojó en serio- me dijo Javier sorprendido pero con una risa complice.
- Ma si, que se enoje- le respondí.
Pero me quede pensando eso si. ¿Qué iría a hacer este?, yo lo conocía muy bien y sabía que algo tenía entre manos.
Ya aseaditos y frescos, estábamos listos para ir, como aquellos príncipes enamorados, en busca de nuestras princesas.
Cuando llegamos no estaba Darío, algo que nos llamó la atención, el no era de perderse tamaño acontecimiento. Justito antes de comenzar con La Botellita, aparece con Martita, otra de mis compañeras, la más revoltosa y picarona de todas.
- ¿Qué le pasa a estos dos? ¿Viste la cara que tienen? Estos hicieron algo- me resopló Javier al oído poniéndome más nervioso de lo que ya estaba.
Nos juntamos en una ronda los chicos por un lado y las chicas por el suyo, como planificando estrategias y para asegurar que nadie se lleve la chica del otro. Era sencillo con una simple seña los amigos iban a asegurarme este año que mi tan amada Cecilia me de un beso. Que para mí, no era solo un beso cualquiera, era “Mi primer beso”, el que estuve reservando año a año para dárselo a ella.
¡Pero no! Resulta que el atorrante de mi “amigo” le contado, en secreto, la idea a la Martita, la que obviamente se sintió estafada tras la tamaña dimensión del plan y ya había ideado uno propio para “darme una lección”.
No se como será en el resto del mundo, pero en mi pueblo, el juego es el siguiente: la botellita gira y la punta de la misma, es decir de donde se bebe, marca a el o la que elije su pareja, como si fuera un “pan y queso” para elegir jugadores; cada uno se pone de espaldas al otro y a la orden de 3 giran la cabeza juntos hacia uno de los lados, si coinciden en el lado se dan un beso (un piquito nada más, aunque no me sorprende que hoy se pase a uno más grande) y si no viene a cachetada. Y el plan de Martita fue muy sencillo, habló con todas las chicas y les contó de mis verdaderas intensiones, y se pusieron de acuerdo para saboteármelas. Por lo menos tuvo la decencia de no decirle nada a Cecilia, así que ella nunca se enteró del plan y del “contra plan”.
Así fue que todas las chicas me eligieron a mí, y absolutamente todas me dieron un beso. Sí, todas menos Cecilia, que por indicación de sus amigas giró la cabeza para el lugar indicado y muy gustosa me pegó, como de costumbre, una fuerte cachetada.
Y de esa forma se vengó mi amigo de haberle tirado al suelo la gaseosa del día del estudiante. Y yo en vez de darle mi primer beso a mi Cecilia, se lo terminé dando a todas las chicas del aula, menos a ella.
De aquello pude aprender dos cosas: primero que no debía meterme en una discusión ajena, y lo segundo, pero más importante, es que no debía, bajo ningún punto de vista, intentar engañar a las mujeres.
Su servidor, Dionisio.
Hace poco, en una de estas redes sociales, me encontró un compañero de la primaria, y ya hábiles en esto de Internet nos intercambiamos correos y comenzamos a chatear. Darío fue compañero mío desde segundo grado hasta séptimo, momento, en ese entonces, en que los chicos solían egresar de la primaria para pasar al primer año del secundario; hoy la verdad es que no se cómo es, en definitiva cambiaron tantas veces que me mareó un poco, y al no tener hijos uno se queda afuera de estos cambios.
Mi ex compañero me hizo recordar muchas cosas lindas: charlas, juegos y travesuras que compartimos juntos, y con Javier, otro de mis inseparables amigos de la escuela; recuerdos verdaderamente hermosos. Pero lo que más me agradó recordar, fue algo que me pasó en sexto grado, y que la verdad me había olvidado completamente. Y sinceramente, no se cómo Darío se acordaba de un hecho tan insignificante para su vida, y yo me olvidado completamente, siendo que había sido algo casi trascendental para la mía.
Yo desde siempre estuve cuasi-enamorado de Cecilia, pero nunca me animé a decírselo, y los únicos que lo sabían eran Darío y Javier, mis dos inseparables amigos, mis hermanos de la vida, mis confidentes, aquellos que nunca podían traicionar algo tan elemental y básico como el código de la amistad.
El “Día del estudiante”, día en el que se realizaban innumerables y eternos festivales dentro y fuera del pueblo, era un día mágico, la juventud salía y se hacía dueña de la calle, y en cada plaza había decenas de chicos disfrutando de su día. Los muchachos, por lo general, al principio jugábamos a la pelota solos pero luego, tal vez empujados por algún instinto extraño de participación mixta, invitábamos a las chicas a unirse al grupo haciendo el clásico “mezcladito”.
Mas tarde, nos juntábamos a jugar a aquellos juegos que nos daban vergüenza pero que nos permitía estar cerca de “robarle” un beso a la nena que nos gustaba. El Semáforo, La Botellita y el Verdad o Consecuencia eran lo ideal para estos fines.
Yo siempre me ligaba los cachetazos de todas las chicas, y para no ser menos Cecilia también me los daba. Pero este año iba a ser distinto yo tenía un plan.
Aquel 21 de septiembre, cuando el calor seco del pueblo se comenzaba a hacer sentir, un rato después de jugar a la pelota, vi a Javier justo cuando se estaba tomando la coca de Darío, y este no tardó en notarlo y se le fue encima. Yo había visto toda la escena de lejos, me acerqué sigilosamente a los dos y les dije que eran unos tarados por pelearse por una huevada así, agarré la latita de gaseosa y la tiré al piso y la pisé ahí mismo, delante de esos dos gladiadores que se la estaban disputando.
¡Para qué hice eso! A Javier no le importó nada, total el ya había tomado, pero Darío me quería comer crudo, pero no lo hizo. Inteligente, se fue enojado pero calladito, directo a planear su estrategia de venganza.
- Parece que el gil se enojó en serio- me dijo Javier sorprendido pero con una risa complice.
- Ma si, que se enoje- le respondí.
Pero me quede pensando eso si. ¿Qué iría a hacer este?, yo lo conocía muy bien y sabía que algo tenía entre manos.
Ya aseaditos y frescos, estábamos listos para ir, como aquellos príncipes enamorados, en busca de nuestras princesas.
Cuando llegamos no estaba Darío, algo que nos llamó la atención, el no era de perderse tamaño acontecimiento. Justito antes de comenzar con La Botellita, aparece con Martita, otra de mis compañeras, la más revoltosa y picarona de todas.
- ¿Qué le pasa a estos dos? ¿Viste la cara que tienen? Estos hicieron algo- me resopló Javier al oído poniéndome más nervioso de lo que ya estaba.
Nos juntamos en una ronda los chicos por un lado y las chicas por el suyo, como planificando estrategias y para asegurar que nadie se lleve la chica del otro. Era sencillo con una simple seña los amigos iban a asegurarme este año que mi tan amada Cecilia me de un beso. Que para mí, no era solo un beso cualquiera, era “Mi primer beso”, el que estuve reservando año a año para dárselo a ella.
¡Pero no! Resulta que el atorrante de mi “amigo” le contado, en secreto, la idea a la Martita, la que obviamente se sintió estafada tras la tamaña dimensión del plan y ya había ideado uno propio para “darme una lección”.
No se como será en el resto del mundo, pero en mi pueblo, el juego es el siguiente: la botellita gira y la punta de la misma, es decir de donde se bebe, marca a el o la que elije su pareja, como si fuera un “pan y queso” para elegir jugadores; cada uno se pone de espaldas al otro y a la orden de 3 giran la cabeza juntos hacia uno de los lados, si coinciden en el lado se dan un beso (un piquito nada más, aunque no me sorprende que hoy se pase a uno más grande) y si no viene a cachetada. Y el plan de Martita fue muy sencillo, habló con todas las chicas y les contó de mis verdaderas intensiones, y se pusieron de acuerdo para saboteármelas. Por lo menos tuvo la decencia de no decirle nada a Cecilia, así que ella nunca se enteró del plan y del “contra plan”.
Así fue que todas las chicas me eligieron a mí, y absolutamente todas me dieron un beso. Sí, todas menos Cecilia, que por indicación de sus amigas giró la cabeza para el lugar indicado y muy gustosa me pegó, como de costumbre, una fuerte cachetada.
Y de esa forma se vengó mi amigo de haberle tirado al suelo la gaseosa del día del estudiante. Y yo en vez de darle mi primer beso a mi Cecilia, se lo terminé dando a todas las chicas del aula, menos a ella.
De aquello pude aprender dos cosas: primero que no debía meterme en una discusión ajena, y lo segundo, pero más importante, es que no debía, bajo ningún punto de vista, intentar engañar a las mujeres.
Su servidor, Dionisio.
1 comentario:
SEÑOR DIONSIO, NO SE PUEDE QUEJAR, EN SUS COMIENZOS COMO GALAN, OBTUVO BESOS DE HERMOSAS NIÑAS..QUE MAS PUEDE PEDIRLE AL COMIENZO PRIMAVERAL???..;)...besos, un gusto de leer sus primeros pasos hasta la fecha, "atrapante"...
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