lunes, 8 de junio de 2009

La mañana que no olvido


El otro día me desperté como todas las mañanas. Mi habitación no es muy grande, y tiene una persiana que por lo general cierro en invierno, por lo tanto a la mañana es tan oscura que no se sabe si es de día o de noche. Me levanté todavía medio dormido sin encender la luz, costumbre que fui adquiriendo con el único objetivo de no sufrir de ese encandilamiento que se produce por unos instantes hasta que la pupila del ojo se acostumbra a la nueva luz. Así, fui al baño a lavarme los dientes y el rostro, en ese orden. Y mientras desarrollaba la primera actividad escuché un sonido raro que provenía de mi cuarto. Era como un quejido. Levanté la cabeza, me miré al espejo y me quedé pensando si lo había imaginado producto de mi conciencia, todavía dormida, o lo había escuchado realmente. Fueron cinco o diez segundos, hasta que lo escuché nuevamente, y esta vez fue más claro y más fuerte.
No niego que lo primero que sentí fue susto ¿Qué más podía sentir? O sea, vivo solo me dije…
Aún así fui hasta el cuarto, convencido de que tal vez el sonido provenía de otro lado, o de que tal vez la tele se había encendido sola, ya que yo la programo todas las noches para que me despierte.
Cuando llegué, encendí la luz y me quedé helado. La tele estaba apagada y definitivamente el sonido provenía de ahí. Al lado de mi cama había una cuna color salmón.
Fue en ese instante en que recordé todo. “Yo soy papá”, me dije. Hace un tiempo, aquella aventura de una noche, logró encontrarme de nuevo y me dio la noticia:
- Quedé embarazada de vos. Yo sé que no es la mejor manera y que seguramente vos no lo querés, pero es mi hijo y lo voy a tener con o sin vos.
A pesar de lo que dijo, la forma en que fui criado no me dejaba opciones. Me iba a hacer cargo yo también. Y así fue…
Entonces, ahí estaba en casa, con Micaela, mi hija. Era la primera vez que se quedaba conmigo solo los dos. Y la costumbre de vivir siempre solo, sumado a estar medio dormido, me llevó a confundirme tanto que mi cabeza me había jugado una mala jugada.
Me acerqué a la cuna, y la vi... Fue entonces cuando supe que allí estaba la personita más hermosa de todo el mundo. Recuerdo que pensé en todo lo que le queda por vivir, sentir y disfrutar de la vida, y que si Dios me daba la oportunidad yo iba a estar al lado de ella siempre, en cada uno de esos momentos; y en qué feliz que eso me hizo sentir.
Y mientras estaba parado allí, observando sus dos meses y medio de vida, frotándose los ojitos, me anunció que se despertaba.
No resistí más y la tomé entre mis brazos. Y no puedo describir con palabras ese sentimiento, simplemente no puedo, no me sale, siento que cualquier palabra que encuentro es chica que un sentir tan grande no puede resumirse en un par de letras juntas.
Y mientras le preparaba la leche para dársela, se encendió la tele, estaba muy fuerte. Y abrí los ojos… Estaba en mi cama, todavía confundido no me importó si me encandilaba o no, encendí la luz y miré al costado de la cama esperando ver la cuna. Pero no. Había sido todo un sueño…
Es difícil explicar como me sentí ante aquella cruel realidad. Porque por ahí ser un padre soltero no es el mejor de los escenarios, pero era padre. Es verdad, fue un sueño, pero fue muy real, y lo que sentí fue tan fuerte que hoy comienzo a ver la vida con otros ojos. Tal vez sea mi edad, que estoy comenzando a entrar a una nueva etapa de la vida y que ella me comienza a exigir otro tipo de forma de disfrutarla. No se… Sólo sé que extraño ser ese papá que nunca fui.

Su servidor, Dionisio.