martes, 5 de enero de 2010

Hasta siempre


Desde chico, siempre fantaseaba con mi muerte. Pensaba en todo. Cómo sería, en dónde, qué pasaría después, me imaginaba hasta el velatorio. Siempre dije que moriría joven, puesto que así lo deseaba, nunca quise llegar a viejo y ser ese abuelo que es visto más como una carga que como el ser humano que fue capaz de formar su propia familia y sacarla adelante.
En mi imaginación llegué a morir de miles de maneras diferentes; muerte natural, un accidente, me mataban en un robo, y hasta me suicidé varias veces.
Debo confesar que este último era mi mayor fetiche, la mayor de mis fantasías y a la más recurría. No se muy bien porqué pero así era, quizá porque en mi interior sabía que el suicidio es una de las mejores muertes, ya que a diferencia de las otras es uno el que elige el contexto y el momento exacto en el que sucede.
Esta elección era la que más me seducía, porque me permitía elegir quienes iban a ser los que encontrarían mi cuerpo, de qué manera se enterarían mis familiares y amigos, y cuáles de ellos irían a mi velatorio y posterior entierro, aunque siempre dije que prefiero que cremen mi cuerpo.
Quizá para mi tan querido lector, mi fantasía se acerca a lo perverso, y es muy probable que así sea, pero así son nuestras fantasías privadas, aquellas que no somos capaces de develar: perversas y secretas.
¿Y si son tan secretas, por qué yo hoy la estoy exponiendo así, tan libremente? La pregunta se desprende de un razonamiento lógico. Las fantasías son sólo eso, fantasías, no las contamos porque nos da vergüenza pero sabemos que no se cumplen. Pero, quizá, para mi esta fantasía ha sido meditada tanto, pensando miles de finales diferentes, de una forma tan meticulosa, que he llegado al punto de creer y convencerme de que mi fantasía tiene que dejar de ser lo que es y convertirse en otra cosa, en algo más real, algo así como un proyecto a cumplir en un futuro. Es por ello que desde hace un tiempo hasta ahora me dediqué a trabajar en mi “proyecto”.
Una de las cosas que decidí cumplir es aquello de morir joven, y al no haber cumplido mis 30 años, me pareció que estoy en la mejor edad para morir.
Este pensamiento me abrió los ojos sobre otro tema. Es bueno que decida morirme ahora, porque no tengo hijos que mantener, no me casé ni tengo una novia que me llore. Por lo tanto, no dejo responsabilidades que cumplir ni a nadie que sufra mi ausencia. Tengo a mi familia sí, pero al igual que mis amigos, ellos seguirán sus vidas de manera normal. Yo creo que algunos, los más cercanos, les dolerá y me extrañarán en algunos momentos, pero estoy seguro que no pasará de eso. Otros, en cambio, tan sólo se sorprenderán, y dirán cosas como: “Qué pena, era un buen muchacho, porqué lo habrá hecho”, “Tan joven, tenía la vida por delante”, o quizá algunos irán más lejos con: “La verdad es que no me extraña, con la familia que le tocó al pobre, la mala junta que siempre tenía y encima no tuvo nada de suerte en la vida” jeje admitamos que siempre hay alguna de esas viejas.
Con respecto a este probable comentario sobre mi familia y amigos me gustaría que quede en claro que nada de esto es por ellos, todo lo contrario, es sólo y únicamente por mi. Desde chico siempre fui un poco mezquino y algo egoísta, y me he convencido de que el suicidio, el hecho más egoísta del mundo, es la mejor manera de concluir todo como comenzó.
De mis padres podría escribir miles de cosas y hasta podría llenar cajones enteros con defectos y virtudes de ellos, pero creo que lo que más quiero destacar hoy es que siempre me quisieron y que pese a que muchas veces no estaban de acuerdo con el camino que elegía para mi vida, a su manera, siempre me apoyaron.
Y mis amistades son lo mejor que pude disfrutar de la vida. Porque fue con ellos que aprendí a vivirla. Lamento profundamente no poder despedirme de todos y cada uno de ellos, pero tal vez, ésta sea una forma de hacerlo. Por eso me apropio de estas líneas, que de hecho me pertenecen tanto como a los lectores que siempre me siguieron y acompañaron.
A todos mis familiares y amigos sólo les quiero decir que los quiero mucho y que no sufran mi decisión, que aprendan a respetarla porque la pensé mucho.
Por último, pero no menos importante, quiero despedirme de mis lectores. Dentro de mi baúl de palabras y frases no encuentro ninguna que pueda expresar el eterno agradecimiento que tengo por haber estado conmigo en cada uno de mis escritos. Ustedes, y sólo ustedes, me dieron fuerza y ganas de abrirme y expresarme aquí. Reconozco que no soy un buen escritor y que estoy realmente lejos de serlo. Es por eso que valoro mucho más esos 5, 10 o 15 minutos que se tomaron, durante todo este tiempo, para leer mis palabras. Les estoy inmensamente agradecido y quizá por ello es que decidí escribir esto y publicarlo yo mismo para que ustedes sean los primeros en saber la noticia.
Mi más ferviente deseo es haberles dejado algo, aunque sea algo pequeñito, algo como un recuerdo de que alguna vez existió un tal Dionisio que escribía en Internet, o podría ser un poquito más ambicioso y desear que recuerden alguna frase, o porque no alguna de mis historias. Pero quizás es demasiado, porque, al fin de cuentas, debo reconocer que ya me dieron demasiado cariño todo este tiempo.
No voy a extender más este saludo porque ya me comenzaron a saltar algunas lágrimas y no quiero arrepentirme de algo que estoy lo suficientemente seguro.
Hasta siempre.
Su servidor, Dionisio.