miércoles, 31 de diciembre de 2008

Pozo de soledad


Ahora que me vine de vacaciones a lo de mis padres, me encontré con un viejo amigo. Y el, casi sin saberlo, me preguntó sobre mi año… Y no supe decirle más que esto:

No hay, creo, sentimiento más triste que el de la soledad. Y cuando se rompen aquellas esperanzas e ilusiones construidas la soledad se hace presente. Uno va cayendo en un pozo, un pozo ficticio, imaginario, que por lo general te lleva a la depresión. Yo llegué hasta ahí, y pensaba que no habría nadie en el mundo que logre sacarme de ese pozo. En ese momento es cuando la soledad me invadió, me rodeó y se hizo reina de mis pensamientos y sentimientos.
Allí, en ese pozo el mundo me pasaba indiferente, nada importaba, ni siquiera salir de allí, estaba derrotado.
Y de la mano de la soledad llegó la tristeza, y con ella el desconsuelo, y es entonces cuando ya dejé de esperar: “ya no hay nada que esperar –me dije- , no hay nada”.
En ese momento, aparecieron aquellos que siempre están, aquellos no iban a dejarme ahí metido, aparecieron mis amigos.
Mis amigos no me tiraron una soga desde arriba, todo lo contrario se metieron al pozo conmigo, se ensuciaron como yo, se llenaron las ropas del mismo lodo que yo: descubrieron y sufrieron conmigo mis desilusiones, lloraron junto a mi, compartieron su pañuelo y, sobre todo, supieron decir las palabras justas en el momento exacto.
Casi sin darme cuenta fui saliendo del pozo, a decir verdad me fueron sacando, y en esos momentos en los que uno está debil y afloja siempre tenía el hombro de un amigo para sostenerme, para sacarme un poco más.
Hoy estoy casi afuera, ya respiro el aire puro del exterior, creo poder volver a comenzar y al fin poder superarlo.
Por eso, a ustedes, mis amigos, gracias por siempre estar ahí…

Su servidor Dionisio

martes, 14 de octubre de 2008

El fin de una historia


Hace ya tiempo que no escribía nada, tal vez haya alguien que se pregunte el porqué, o quizá a nadie le importe. Lo cierto es que tras haber encontrado una cierta estabilidad amorosa en mi vida creía que todo iba bien hasta que se produjo un hecho que cambió todo, hasta mi motivación de escribir. Se los voy a relatar tal cual lo recuerdo…
Salí hacia el trabajo un miércoles. Antes de irme, como lo hacía siempre, me despedí de Sofía con un beso, ella no trabaja los miércoles y solía quedarse a hacer algunas de las cosas de la casa. Ella, como siempre, me saludo y me dijo: “Hasta lueguito amor”.
La mañana transcurrió de lo más normal, sin sobresaltos ni novedades. En un momento mi jefe se me acercó; tipo raro, de unos 55 años, poco cabello en la frente y una pelada en forma circular que le crecía desde arriba de la cabeza, medio gordito y con una sonrisa medio tenebrosa.
- ¿Pasa algo Dionisio?
- No señor –Le respondí rápidamente-
- Mirá – me dice- te veo medio extraño, por hoy, y por única vez te voy a dejar ir a mitad de mañana. Aparte ya no hay trabajo para hacer.
- Muchas gracias señor – le dije algo extrañado por el ofrecimiento-
Yo hace casi 5 años que trabajo en ese lugar, y nunca me habían dejado salir temprano. Tal vez por ello es que decidí aceptar y llegar temprano a casa para invitarla a almorzar a Sofía.
Apuré mis pasos con el objetivo de llegar a tiempo, ya eran casi las 12:30 y sabía que en ese horario Sofía preparaba el almuerzo. Antes de llegar, sabiendo que a ella le gustaban, le compré un ramo de flores en la florería de mi amigo Manuel.
Por la prisa, me hizo calor, así que me saqué el saco del traje, y así llegué: con el saco en una mano y las flores en la otra.
Abrí la puerta, y al sentir tantísimo silencio, comencé a llamarla: “Sofí”, “Amor”, “Mi amor ¿Dónde estás?”
En la sala no estaba, en la cocina tampoco, ni siquiera había olor a comida… Comencé a preocuparme, antes de ir al cuarto pasé por el balcón y el patio: tampoco estaba. “Tal vez se quedó dormida”, me dije y encaré derecho al cuarto aferrando mi ramo de rosas, amarillas; como a ella le gustan.
La puerta estaba cerrada, algo medio raro, porque siempre la mantenemos abierta, ya que desde el cuarto con la puerta cerrada no se escucha la puerta de entrada.
La abrí esperando encontrarla dormida, en las suaves sábanas que juntos elegimos para nuestro sommier. Sentía su aroma ya desde afuera de la habitación y no me aguantaba las ganas de verla y abrazarla.
Mis ojos dudaron tres o cuatro segundos, mi cabeza no reaccionó por más de diez. Sofía no estaba dormida, ni siquiera estaba en el cuarto, como tampoco sus cosas. Los armarios estaban abiertos, los cajones vacíos y tan sólo quedaba su perfume rondando el cuarto.
Sobre la cama, sobre el cubrecama, que también elegimos el mismo día de las sábanas, había una hoja de papel, que del reverso tenía mi nombre.
Confundido, tomé la carta, me senté en la cama y me dispuse a leer…
“Querido mío:
No hubo momento a tu lado en que no haya sido feliz, desde que te conocí descubrí lo maravilloso que eres, y lo mucho que me amas. Mi vida aquí ha sido de lo más placentera, y haciendo un repaso la verdad es que no tengo de que quejarme: fuiste, conmigo, el mejor hombre del mundo. Y mientras escribo estas líneas me cuesta muchísimo escribir lo que no tuve el valor de decir.
Hace menos de un mes, me llamó a mi celular Miguel, mi ex. Me dijo que estaba aquí en la ciudad y que necesitaba verme. Yo le dije que ya tenía mi vida, que no me interesaba saber de él, pero como siempre él insistió. Y yo, como siempre, afloje.
Cuando lo ví se despertaron aquellas viejas sensaciones en mí. Sensaciones que hoy me avergüenzan, porque son ellas las que me confunden y me alejan de vos.
Con Miguel nos encontramos dos veces más, charlamos mucho, sobre mí, sobre él y sobre nosotros. La verdad Dionisio es que estoy muy confundida, porque por un lado te tengo a vos que sos el hombre perfecto, y por el otro lo tengo a él que produce aquellas sensaciones. Perdoname, no tengo, ni siquiera el valor para mirarte a la cara. Me voy a casa, no sé que voy a hacer… Solo te pido que sigas tu vida. Te pido disculpas nuevamente.
Sofía”

Casi no pude terminar de leerla, las lagrimas, aquellas que reprimí tantas veces, rebeldes de su condición, salían indiscriminadamente.
Me cuesta, aún hoy, después de casi 2 semanas, referirme al tema sin por lo menos no lagrimear. ¿Por qué me dejo? Todavía no lo entiendo… lo único que sé es que mi Sofía se me fue, y con ella todas las fuerzas y las ganas de seguir.
Luego de meditar largamente sobre la continuidad del blog, he decidido, por lo menos, realizar un alto. No quería dejar, o más bien parar, sin explicar el motivo principal. Y quiero que aquellos que me siguen y que me leen, me sepan entender.
Solo me queda decirles: hasta pronto.

Su servidor, Dionisio

sábado, 13 de septiembre de 2008

La máquina del fin del mundo


En el último mes me enteré que en alguna parte del mundo se estaba construyendo, hace como 30 años, una máquina que se llamaba “La maquina de Dios”, pero que ya se había terminado. Cuando lo hice, la verdad, no me importó demasiado. Si hay algo que me importa poco es los mega-avances tecnológicos.
Aún así, y después de taladrarme la cabeza durante las dos últimas semanas, me interioricé sobre el tema.
Resulta que la máquina ésta busca descubrir, lo más aproximadamente posible, cómo se inició el universo. Al parecer, la tan famosa teoría del Big Bang quedó casi caduca, o por lo menos primitiva, pensando que esta máquina trabaja sobre ella pero la profundiza tanto que la deja casi en ridículo.
La historia es que hacen chocar dos láseres con protones (elementos que están en el núcleo de los átomos). Estos protones producen muchísima energía al chocar. Según entiendo, se dividen en otras partículas, y son éstas las que quieren estudiar.
Al parecer, esta energía producida por el choque de estas partículas son idénticas a las producidas en la creación del universo en el Big Bang.
Este tema se puso de moda, y muchos ignorantes, como yo, se han interiorizado en el tema y hasta han opinado.
Cuando todos nos poníamos contentos porque íbamos a saber cómo se inició el universo, un dato fundamental para nuestra vida, se supo que un conjunto de físicos consideraban a esta máquina como una “gravísima amenaza para la humanidad”, ya que continuar con las experiencias cabría la posibilidad de que se produzca un “agujero negro” que tragaría al planeta. Fue entonces cuando salieron todos aquellos seguidores de Nostradamus, que permanecen ocultos, algunas veces hasta años, hasta que sale un tema como este. “Con esta máquina se va a cumplir la profecía y el 1 de octubre será el fin del mundo”, decían.
Allí fue cuando pensé que es lo que yo haría si se terminaría el mundo.
“Tendría un hijo”, pensé primero. Pero después me di cuenta, no tendría tiempo, y si tuviera, ¿Para qué?
Entonces me dije, “vendo todo y me voy lo que me queda de vida de vacaciones”. Pero ¿qué pasaría si vendo todo y resulta que no termina nada, y me quedo varado y sin un peso en algún lugar del mundo?
Por fin me decidí. No iba a hacer nada. Seguiría mi vida como siempre, pagando todos mis impuestos, y si viene el fin del mundo… ya disfruté demasiado de mi vida.
Y, "e lo que ai", diría un buen amigo mío.

Su servidor, Dionisio.

domingo, 10 de agosto de 2008

Un poco más


Desde muy pequeñín no fui muy bueno para el estudio, aunque mis padres, tíos, y hasta algunos amiguetes me decían algunas de las cosas típicas que seguro a todos alguna vez les dijeron: “Vos sos muy inteligente, solo sos vago para estudiar”, soy vago porque no me gusta, decia yo; “Vos si lo lees una vez ya lo entendés y te queda”, no me queda otra –les decía- siempre lo leo una vez porque nunca tengo ganas de leerlo de nuevo; “Si no fueras tan vago serías muy buen alumno”, que chiste, cualquiera lo sería… Y así, siempre tenía una respuesta razonablemente comprensible.
Pero será que tanto me dijeron esas cosas, y tan poco estudiaba, que cuando termine el colegio secundario y decidí emprender una carrera universitaria las cosas no me fueron tan bien.
Recuerdo como si fuera ayer, cuando estaba a horas de rendir el examen de ingreso para abogacía y me faltaban tres tomos enteros por leer. Obviamente no llegué, pero aún así me presente a rendir la evaluación.
Treinta preguntas de múltiple opción y cinco a desarrollar, redondearon dos semicírculos en mi nota, dibujando un perfecto 3.
Allí estaba yo, parado en la facultad de derecho, sin poder creer que mi “gran inteligencia” no me hubiera podido salvar esta vez. Un compañero del curso de ingreso, me puso una mano en el hombro y me dijo algo tan simple, que puede ser una tontería para muchos, algo muy evidente, pero a mi me enseñó, después de casi 12 años de vida escolar, realmente cual era la fórmula. “Y bueno –dijo- habrá que estudiar más”.
Yo insultaba y protestaba por mi mala suerte en los múltiple choice, y el me revelaba cual era el verdadero problema, solo era cuestión de estudiar más.
Mi carrera como abogado termino ese día, y como no me iba a quedar un año sin hacer nada, me anote en una tecnicatura de algo así como “marketing”, que no sabía ni que era, pero como sonaba importante me dije “y bue, ¿Qué tan malo y difícil puede ser?”.
La verdad es que me costó mucho terminarla, y el solo pensar que tengo que “estudiar más” me acobarda para ir por la licenciatura. Todavía no se que hacer, la vida cada vez exige más esfuerzo, y entre más viejo, más me cuesta hacerlos.

Su servidor Dionisio

domingo, 27 de julio de 2008

La casa de mis suegros


Antes que nada, debo de reconocer que no hicimos las cosas como suelen hacerse, y lo de irnos a vivir juntos tan precipitadamente, y sin consultar a nadie, no es lo ideal para muchas personas. Quizá por ello que la visita a casa de los padres de mi novia me tenía tan incomodo y tan preocupado.
Sofía me lo había repetido hasta el cansancio, "Ellos eran las mejores personas del mundo, y seguro que me iban a adorar". Sin embargo esa semana previa del “Gran acontecimiento”, no podía descansar bien, no pegaba un ojo. Tal vez sea por aquella sensación de aquel que sabe que no hizo lo correcto, y que tarde o temprano todo se paga. "Estas como perro que volteó la olla", me decía una vieja amiga, mientras le contaba mi situación.
El hecho es que durante ese tiempo pre-presentación oficial, sufrí como un corderito que sabe que será sacrificado, y que su ejecutor ya está afilando el cuchillo que dará el punto final.
Por fin, y luego de un eterno suplicio, llegó el día. Sofía se despertó radiante, como aquellos amaneceres en el que se pueden notar los primeros rayos de sol en toda la inmensidad del cielo, y en los cuales uno agradece de poder disfrutar de tamaña belleza. Así, así es mi Sofía. Al admirarla, al ver como me preparaba mi desayuno, solo me dejaba lugar a un pensamiento. Solo pensaba en que por esta mujer podía hacer lo que sea, porque ella se lo merecía en todos los sentidos. "Por ella soy capaz de enfrentar cualquiera de sus miedos y de los míos", me dije y tomé valor. Y casi ni me di cuenta del viaje, solo disfrute de mi Sofía, y de que era mía.
Cuando llegamos a la casa de sus padres, salió su mamá a recibirnos. Una mujer de unos 45 largos. Y aunque nunca me atreví a investigar sobre su edad, la llevaba muy bien, conservaba en sus ojos la frescura de aquellas jóvenes recién salidas de la universidad, y una luminosidad en el rostro envidiable para cualquier mujer.
Aquella bella dama, nos recibió con una hermosa y enorme sonrisa, lo que me transmitió una calidez gigantesca que me tranquilizó plenamente, y me permitió no salir corriendo.
Tomó a Sofía de la mano, la abrazó y le dio uno de esos besos que solo una madre sabe dar, al tiempo que le dijo: "Te extrañe mucho mi hijita".
La escena me dejo casi al margen, pero la mujer, muy cortésmente, y secándose una lagrima que caía de uno de sus hermosos ojos miel, me tomó de una mano y dulcemente me dijo: "A vos Dionisio, también te estábamos esperando".
La salude con un beso en la mejilla y antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, desde el fondo de la casa se escuchó:
- ¿Cómo? ¿Ya llegó mi chiquita?
Al instante apareció un hombre de unos 50 y piquitos de años, de barba recién nacida y una pequeña melena cana hasta la nuca. Recuerdo que esa primera impresión, me dio cierta tranquilidad, no se muy bien porque, tal vez por lo informal que pareció o no se. El hecho es que este hombre mucho más alto que yo, de espalda y manos enormes, típico “gringo de campo”, se apareció y, como si fuera una muñeca de trapo, levantó del suelo a Sofía y le dio un abrazo que duró el suficiente tiempo como para hacerme sentir que en ese momento esa era “su chiquita”.
Luego me miró, me extendió la derecha, y al tiempo que me estrujaba la mano, me dijo: "Así que vos sos el famoso Dionisio", produciéndose uno de los silencios más incómodos que viví en toda mi vida.
La dulce madre nos invitó a pasar, y nos acomodamos en nuestras piezas, por supuesto que cada uno tenía la suya. A mi me tocó una que evidentemente antes era un taller mecánico o algo similar, ya que todavía había restos de grasa en algunos sectores del piso.
Ya en la mesa, me llegaron no miles, millones de preguntas del estilo: “¿A qué te dedicas? ¿Dónde estudiaste? ¿Pensás estudiar algo más o con eso te basta? ¿Ese trabajo tiene futuro?” y muchas más que prefiero olvidar.
Yo, que soy un tipo con pocas pulgas, pensé en innumerables oportunidades levantarme de la mesa, decirle un par de cosas al suegro e irme. Pero Sofía, no me lo permitía, ¿Cómo podría hacerle eso a ella? No iba a irme, ni iba a hacer ningún berrinche, ni siquiera responder mal, simplemente porque Sofía no se lo merecía.
Respondí, durante todo el fin de semana, a todas las preguntas con el máximo de respeto y educación, mordiéndome muchas veces la lengua. Pero cada vez que flaqueaba, miraba a Sofía o simplemente la recordaba, y me daba fuerzas de nuevo.
Allí, en casa de mis suegros, descubrí que por más adversa que sea la situación, cuando querés algo o a alguien verdaderamente, siempre vas a encontrar fuerzas y vas a salir adelante.

Su servidor, Dionisio.

miércoles, 9 de julio de 2008

En pareja


Hace seis meses que nos dimos ese gran beso en aquellas playas cerca del faro de Mar del Plata, cinco meses y medio que decidimos ponernos de novios, y cuatro y medio desde que vivimos juntos. Y ya hace dos días que no me la banco, jaja.
No es para tanto, pero la última semana, recién, comencé a descubrir lo jodido que es convivir con alguien, y mucho más con una mujer.
Yo siempre había vivido solo, y por ese mismo hecho, no sabía disfrutar plenamente de esa “libertad”. Además son Sofía todo esta saliendo tan rápido que asusta.
Pero que lindo es entrar a casa con los botines puestos, llenos de barro y dejar tiradas las vendas en el piso después de jugar al fútbol sin que nadie te diga nada. Que lindo que es comer a cualquier hora, simplemente, “cuando haya hambre”.
Qué cómoda era mi cama de dos plazas cuando estaba solo, que lindo que era quedarme viendo una peli con el volumen al máximo si quería, o invitar a unos amigos a jugar al play station hasta la madrugada.
Pero todo aquello, ya quedó atrás, en el recuerdo, en el baúl de mi pasado, junto con juguetes, carpetas de colegio y facultad, y tantas otras cosas uno va desechando en el andar de esta vida que a uno le toca vivir.
Sofía tiene millones de cosas buenas, que seguro ya conté, y seguro también, que me quedé corto en lo halagos. Aún así, nosotros, como casi todo el mundo, tenemos nuestras diferencias, y muchas de ellas radicalmente opuestas, y son ellas las causantes de alguna que otra discusión, que claro, por estar recién de novios, terminan en besos, abrazos y risas, pero algunas suben de tono y pasamos momentos feitos.
Sin embargo, aunque a veces añore viejas actividades o “comodidades” de soltero, aunque hasta me cueste acostumbrarme a esta nueva vida, y a mi nueva compañera de vivienda y de cuarto, estar cerca de la persona que amo me da fuerzas y muchas ganas de seguir.
Y tal vez sea esa la clave del éxito, quizá el estar con la “persona correcta” sea un imposible, pero el estar con la que amas de verdad ayuda a superar esas diferencias, que en momentos parecen insalvables, y al siguiente son tonterías que ambos podemos ceder.
“Ceder”, que palabra. Porque en una fuerte discusión nadie la quiere, ni siquiera nombrar, y mucho menos la piensa como opción, quizá por alguna tonta creencia de que ceder es declararse derrotado o sometido, siendo que en estas cuestiones de pareja, el “ceder” muchas veces implica más una victoria que una derrota. Una victoria de la pareja, y de la convivencia. Porque en la pareja, como en cualquier orden de la vida, lo más importante es la convivencia con el otro, y para ello, para que ésta triunfe, a veces, debemos ceder muchas de nuestras cosas.
Para ceder, antes, me parece, se debe de “tolerar”. Porque el otro puede pensar diferente, porque el otro puede tener costumbres distintas, porque el otro es eso, otro.
También, y por último, se debe, creo, “aprender”. Aprender del otro, como vive, como siente, que le molesta, que le gusta, como le gusta, y porque le gusta lo que le gusta. Aprender a querer al otro, así, como es, sin más y tan simple que eso.
No creo que con estas líneas esté descubriendo nada del otro mundo, o le solucione la vida a alguien con esto, pero tal vez al escribirlas, yo descubra como salir airoso de mis propias dificultades: Tolerar primero, Ceder después y Aprender de eso. No pareciera tan dificil no, pero... ¡Qué jodido esto de estar en pareja eh!
Su servidor, Dionisio.

miércoles, 11 de junio de 2008

Después de tanto palo...


Luego del llamado, agarré mis cosas, sin fijarme demasiado que llevo y que no, y salí en busca de mi Sofía.
No tenía bien en claro a donde iba, solo sabía que me tenía que ir hasta Mar del Plata, de ahí tomarme un colectivo hasta Punta Mogotes, y que cerca del Faro me pasaban a buscar mis amigos.
Y así lo hice, paso a paso, mientras pensaba y pensaba, qué iba a hacer cuando la tenga al frente.
Cuando llegué al Faro, tipo cuatro de la tarde, media hora antes de lo planeado, no había nadie. Sin llegar a impacientarme, como es mi costumbre, traté de mantener la calma, me fui a un barcito que había al frente y me pedí una cerveza helada.
El lugar era muy agradable, mucha gente joven, todos divirtiéndose, un ambiente muy propicio para ir de “soltero”. Chicas muy lindas paseando en “rollers”, pibes jugando al fútbol-tenis, y alguna que otra familia joven disfrutando de las playas.
Yo estaba sentado en una reposera muy cómoda que había cerca del barcito, donde había una sombrilla que tapaba el sol, que para ese entonces ya comenzaba a bajar. Me tomé mi latita de cerveza, y decidí llamar a mi amigo para ver qué había sucedido.
“Uh Dionisio -me dijo-, no sabés tuvimos un problema en casa y creo que esta noche nos vamos a tener que ir”. Cuando me dijo eso, dije por dentro todas las malas palabras que sabía. Pero Gabriel no me dio mucho tiempo para seguir insultando por dentro. “Ya salgo para buscarte y te cuento bien”, dijo.
¿Pero es posible? ¿No voy a tener suerte nunca? Que veneno que tenía.
Cuando ya no se me ocurrían más preguntas tontas, ni reproches para hacer, llegó Gabriel en su autito. Lo saludé con un abrazo y me dijo: “vamos yendo porque hay mucho que contar”.
Cuando nos estábamos yendo me frenó el mozo del barcito. “¡Oiga Don! No se vaya”. Nos miramos con Gabriel y nos quedamos parados, para que nos alcance el hombrecito.
Cuando llega dice el mocito:
- Tiene que pagar la reposera, son $10.
- ¿Quéeeeeee?
- Jajajaja ¿Usaste la reposera?, me dice Gabriel.
- Y si…
-Bueno, vas a tener que pagársela.
Ya estaba re caliente, hacía menos de una hora que estaba ahí, y ya me estaban saliendo las cosas al revés, aún así, decidí conservar la calma, pagar y comerme las cargadas de mi amigo…
Mientras íbamos a la casita, Gabriel me confesó que el padre de su señora estaba medio mal de salud. Cosas que pasan inesperadamente y que causan mucho dolor a los seres cercanos.
Me dijo que ella ya se había ido, que el se quedaba esa noche, pero que era muy probable que al día siguiente salga a la mañana.
“Pero Sofía se queda eh”, dijo, mostrando una sonrisa cómplice.
Trate de hacerme el desinteresado y dije:
-Ah, ¿si? Mira vos.
Y, casi burlándose de mi actitud, me dijo:
- No te hagas el duro, que se que estas muerto con ella.
Y en ese momento, no pude mentirle más y le confesé mi verdad:
- Es, verdad, es que está muy buena. Desde que la conocí, no dejo de pensar en ella.
Así, la conversación fue tomando forma. Gabriel, no se cómo lo hizo, pero supo que yo necesitaba hablar, y con la excusa de mostrarme el pueblo, me dio un paseo que me permitió descargarme.
Al final, me dijo que me tranquilice primero, que ellos tenían la casa por un mes. Sofía se iba a quedar un tiempo cuidando, y ellos, si se solucionaba todo rápido, volvían. Pero que mientras tanto “iba a tener la casa para mi solo”.
Esa última frase que me dijo, me hizo pensar más cosas aún, pero no quería patinarme como la vez anterior.
Al fin, llegamos a la casita. Baje con mi bolsito y con todas las ganas de verla, a Sofía.
Entre a la casa, que de afuera parecía una casita chiquita, chiquita, pero al entrar te encontrabas con una casa muy grande y muy cómoda. Entré al living-comedor, piso de parquet y una enorme biblioteca, en donde, más tarde, pasé horas leyendo, sentado en un viejo pero confortante sillón; que me permitía dormitar, y algunas veces, hasta quedarme completamente dormido, mientras disfrutaba de mis vacaciones.
Al lado, estaba la cocina, muy pero muy amplia. Y allí, estaba ella. Era un sueño, era mi sueño. Estaba de espaldas, con una remera musculosa blanca, que dejaba ver sus ya bronceados y suaves hombros. Tenía además, una mini falda azul que terminó de enamorarme.
Gabriel se me adelantó:
- Sofía, mira a quien te traje…
Yo, muerto de vergüenza le dije un “Hola ¿Cómo estás?”
Ella, con toda la dulzura y frescura, me sonrió y corrió hacia a mi para darme un abrazo. La abracé y me dijo al oido: “Que alegría, no sabés las ganas que tenía de verte”. Con esa frase me mató.
Me llevaron a lo que iba a ser mi pieza durante mi estadía, me acomodé mis cosas, y me tiré unos minutos en la cama a reflexionar sobre lo que estaba pasando.
“Después de tanto pensar, tanto sufrir, reflexionar, meditar, y hasta decidir cambiar muchas de las cosas que soy, llegué aquí”, me dije primero. Y casi sin darme cuenta, cansado por el viaje, me quede dormido, pensando en que tal vez no es tan malo recibir tantos palos, si después viene una alegría tan grande.
Su servidor Dionisio

miércoles, 30 de abril de 2008

La oportunidad al teléfono


Hay valiosas frases, textos y libros completos que llenarían toda una biblioteca hablando sobre las segundas oportunidades. Y seguramente habrá quien haya leído mucho material sobre esto, y hasta pueda dar clases. Sin embargo, estoy seguro que ante la situación, y dependiendo de la importancia de esta, las cosas no serían tan sencillas de resolver, y si habría más de una “segunda oportunidad”, las resolveríamos siempre de manera distinta.
Durante mi vida, dejé pasar miles de segundas oportunidades, tal vez porque no importaban o porque yo no le daba el verdadero valor, o lo que es más probable no tenía la madurez necesaria para reconocerlas.
Pero cuando recibí la llamada de mi Sofía, me di cuenta que esa podría ser mi segunda, y quizá mi última oportunidad, y no quería desaprovecharla.
Al sentir su voz, mi corazón comenzó a golpear fuertemente mi pecho, el pulso se me aceleró y seguramente mi voz demostraba el nerviosismo en el que me encontraba.
Nervios, que solo se calmaban con la dulzura de su voz, y la calidez con la que pronunciaba cada palabra.
Me dijo que me esperó un par de días pero que yo nunca aparecí, que trató de ubicarme en el pueblo, y que al volver a su casa le pidió mi teléfono a Gabriel, mi amigo.
Que me llamó muchas veces, y que ya no lo iba a hacer más, pero quería intentarlo una última vez.
Yo le dije que me dio mucha vergüenza lo que había pasado, y que no me animaba a volver a buscarla, pero que me estuve siempre en el pueblo.
Le confesé que me costó mucho trabajo no buscarla, y que no había dejado de pensar en ella desde esa última noche.
“¿Seguís de vacaciones?”, me dijo. Y cuando le dije que sí, y que todavía me quedaba mucho por delante (casi 15 días), me dijo: “Yo también lo estoy, y te quiero proponer que nos demos una nueva oportunidad de conocernos y hablar”.
Me temblaba el teléfono en la mano, y casi que no escuchaba lo que decía, de tan fuerte que golpeaba el corazón. Pero tampoco quería mostrarme tan interesado (un tarado del año cero…). Así que le pregunte cual era su propuesta.
Me dijo que Gabriel y su señora nos habían invitado, de onda, a pasar unos días en un pueblito cerca de Mar del Plata, donde estaban alquilando una casita con varias piezas, y ella era la encargada de invitarme.
“Que grande mi amigo del alma”, pensé en silencio…
“¡Pero sí! ¡¿Cómo no?!”, le dije. Y antes de que diga nada le pregunté: “¿Querés que lleguemos juntos o como hacemos?”
Me dijo que ella ya tenía el pasaje, y que salía esa tarde.
Por lo tanto, no me quedó otra que pedirle la dirección, asegurar mi presencia, y confirmarle que en cuanto consiga un cole me iba para allá.
Así es la vida, a veces es demasiado ruda: tiene un ritmo acelerado que no podemos llevar, nos pone esos obstáculos que nos complican; y otras veces, como una madre comprensiva, nos da el tiempo justo para reflexionar, sacar conclusiones, y recién nos brinda la oportunidad de volver a actuar.
En mi caso, tenía un poco menos de 15 días para demostrar que había reflexionado, y que no pensaba cometer dos veces la misma macana. Esa era mi chance.

Su servidor, Dionisio.

jueves, 17 de abril de 2008

Principio de Aprendizaje, y superación de Obstáculos

Aprender de un caracol

Al día siguiente de haber llegado de mi viaje, y todavía con quince días de vacaciones por delante, me senté en la mesa del comedor con la idea fija. Estaba decidido, tenía que reponerme y salir adelante de alguna manera, como siempre lo había hecho.
Con muchas cosas en la cabeza, buenas y malas, buscaba y buscaba, para encontrar algo que me ayude. Fue entonces, que encontré algo, una cosa que me enseñaron de chico.
Nunca fui muy buen estudiante, no por capacidad, sino por revoltoso, siempre había algo más entretenido para hacer. “Falta de concentración en clase, y a la hora del desarrollo de las actividades académicas”, era lo que siempre decían mis maestros y profesores. Todo aquello, derivó en que, cuando pasé de la primaria a la secundaria, en el primer año, me quedé de curso.
Pocas veces me sentí tan mal. Recuerdo hasta hoy, como llegué llorando a casa. Mi madre, con muy poca delicadeza me dijo de todo, me grito, y hasta amagó con pegarme, por suerte, en ese momento llegó mi papá para calmarla.
Mi viejo, era un tipo calmado, muy centrado y justo, y tenía algo que eternamente le envidiaré, siempre encontraba la mejor manera de decir las cosas y de resolver los problemas.
Cuando llegó ese día, yo estaba muy nervioso, y con los ojos llenos de lagrimas. Me llevó a mi pieza, con un cuaderno y una lapicera, me llevó una mesa y una silla, y dijo: “Sentáte ahí. Escribí en ese cuaderno tu problema más grande, cuando termines escribí otro, y otro hasta que no tengas más problemas que escribir”.
Al principio me pareció bastante tonto el jueguito. “Pero por lo menos me tranquiliza”, me decía yo mismo.
Cuando al fin terminé, llamé a papá. El, se sentó conmigo y dijo: “Cada uno es dueño de su destino, y somos libres de elegir cualquier camino que nos lleve hacia nuestro objetivo final, como puede ser comprarte una casa, o terminar la secundaria. Y en cada camino, nos encontraremos con problemas e impedimentos, obstáculos que muchas veces nos harán desagradable el trayecto. Sin embargo, estos nos pueden ayudar, aunque no lo parezcan en un primer momento. No es fácil darse cuenta, pero lo más importante de encontrar una dificultad, no es la manera de resolverla, sino, entender que la mayoría de ellas se pueden evitar, y que ello solo depende de nosotros”.
Me quedé callado un segundo, casi sin comprender del todo, hasta que le pregunte “¿cómo se hace?”.
“Fácil –me dijo-, el primer paso es reconocer nuestra responsabilidad en el problema, y a partir de allí, es todo más sencillo aún. Lo siguiente es descubrir en que se falló, y que se podría haber hecho para evitarlo. Y por último, hay que comprometerse a no repetir los mismos errores”
Allí, finalmente entendí lo que me quería decir.
Antes de irse, papá me miró y, tocándome la cabeza, dijo: “A todo esto se lo suele conocer como maduración y experiencia. Confío, en que esto que te pasó hoy, te sirva para aprender, y que no vuelvas a cometer los mismos errores”.
Al recordar todo esto, me di cuenta que hacía un tiempo que venía cometiendo muchos errores, y que desoyendo los sabios consejos de mi padre, no aprendía de ellos.
“Es momento de cambiar”, me dije, mientras me levantaba presto a modificar algunos aspectos de mi vida.
En ese momento, en que había resuelto gran parte de lo que me preocupaba, en una lucha filosófica y anecdótica a la vez, el sonido del teléfono me regresó a la tierra.
Fui hasta el aparato, y al contestar escuché:
“Hola, ¿Dionisio? ¿Dónde estuviste? Te estuve llamando días enteros, soy Sofía”.

jueves, 20 de marzo de 2008

El viaje cap. 3 (la vuelta)


No se porque, pero cuando estoy triste entiendo las estupideces que hago en la vida. Mientras retornaba a casa, en uno de los tres colectivos que debía tomarme, recordé una charla que tuve con un tío cuando era niño.
En ella, mi tío me explicaba un poco en broma y un poco en serio, que las mejores cosas de la vida no se buscan, simplemente se encuentran. Quizás allí estuvo mi error con Sofía, presionar la situación, tratar de provocarla.
Sentado allí, mirando el árido desierto desde la ventanilla, la escasa vegetación pareció trasmitirme su tranquilidad, su pasividad. Al mismo tiempo, pensaba en que la herida seguía abierta, tal vez tendría que pasar un tiempo aún mayor para que cicatrice del todo. Pero sabía, que no se borraría, y que de ella debía aprender.
En este corto viajecito pude disfrutar de muchas cosas, de reencontrarme con gente querida, que no veía hace años, conocer a una persona maravillosa, llegar a enamorarme de ella, y hasta ver como el corazón se me hacía trizas por no sentirme correspondido. Pero fue en el asiento de un colectivo donde realmente descubrí que debía cambiar, que había cosas que no me permiten disfrutar plenamente de lo que hago.
En el viaje de vuelta a casa no comí ni dormí nada, me la pase pensando y pensando. Llegaba a donde debía hacer transbordo, bajaba de un colectivo y subía al otro, para volver a pensar. Así transcurrió mi viaje, hora tras hora igual. Y aunque suene auto flagelante me ayudó mucho.
Cuando al fin llegué a casa, con mucha tranquilidad, acomodé las cosas del viaje, preparé algo de comer, vi algo de televisión, y me quedé dormido en el sofá.
Su Servidor, Dionisio

lunes, 10 de marzo de 2008

El viaje cap. 2 (mi pueblo)


Mi pueblo, siempre fue cálido y afectuoso, para aquellos que como yo retornábamos, pero es mucho más para los que, como Sofía, recién conocían su pequeñas callecitas. Estas, tienen su particularidad, que embellece el pintoresco paisaje del pueblo. No hay calles de tierra, tampoco de pavimento, desde épocas coloniales se conserva y, cuando hace falta, se restaura el empedrado colocado originalmente. Se decidió aquello luego de un debate interno, en donde participaron familiares directos de los que hoy habitan el pueblo, se resolvió no pavimentar nada, sino por el contrario, empedrar todas las calles para que todos los vecinos vivan en las mismas condiciones. Así, y a través del famoso boca en boca, se fue transformando, a pesar de lo pequeño y alejado, en un pueblo turístico.
Sin embargo, no había mucho para mostrar, pero lo poco que había se lo vivía como si fuera lo único en el mundo.
En nuestra primera salida, decidí llevar a Sofía al nuevo entretenimiento del pueblo; un bolichin en donde se podía jugar al bowling.
Más allá de que nos divertíamos muchísimo, contando anécdotas vividas con nuestros amigos en común, para mi era inevitable pensar que lo que quería realmente en ese momento, era besar sus labios. Trataba y trataba, pero en cuanto olvidaba esa idea, su dulce sonrisa me enamoraba de nuevo. ¿Pero que debía hacer? No quería arruinar todo tan solo por apurarme. Pero había onda, eso era claro. Porque me trataba demasiado bien. Pero quizá, ella es así con todo el mundo. ¿Y entonces?
Mareado con tantas preguntas y divagaciones que rodeaban mi casi calva cabeza, y casi sin escuchar lo que ella me hablaba, allí, en el mini boliche de bowling, decidí demostrar mi hombría, dar el primer paso, mostrarme a mí, y sobre todo a ella, que no iba a arrugar ante la situación. En definitiva, decidí darle un buen beso.
Me acerqué con la silla, la tome de la mano, levante la mirada, la mire fijamente a sus ojos, le coloqué atrás de la oreja izquierda un mechón de cabello, y me acerqué con suavidad.
Hoy es difícil explicar ese momento, porque mientras estaba ahí, mientras iba hacía el encuentro de su boca estaba nervioso. Cuando estaba llegando, cuando me di cuenta de que ya estaba todo bien, que ella me había permitido llegar hasta allí, me tranquilicé. “Esta listo”, pensé en ese instante. Y cuando ya llegaba, me corrió la cara.
No lo pude entender, me quedé helado, no supe que decir. Aún más cuando me preguntó: “¿Qué hacés?”
Solo me quedé ahí, deben haber sido 1 o 2 minutos, no más. Pero a mí me parecieron horas. Parecía que la tensión era cada vez más, y el silencio (el de ambos) profundizaba aún más la vergüenza que sentía.
Colorado, y ante la situación poco grata, con la voz medio quebrada solo me salió un: “Perdonáme, si querés nos vamos”. Ella por su lado, levantó la mirada, su bolso y dijo: “Será lo mejor”.
En ese momento pensé que tal vez si sería mejor salir de ahí, como para cambiar de aire. Sin embargo, se torno peor. Las callecitas solitarias, la pasividad, y el silencio del pueblo tornaban la noche muy romántica para cualquiera, para cualquiera menos para nosotros. Caminamos solos y callados. Una seña fue suficiente para ahuyentar a un vendedor de flores, aquel que siempre hace quedar bien a cualquier novio no podría salvarme esta vez.
La dejé en lo de su amiga Lucía, la despedí con un beso en la mejilla, le pedí disculpas nuevamente, y me quedé hasta que cerró la puerta, tal vez esperando que me de alguna señal de indulgencia, la cual no apareció.
Regrese a la casa de mis tíos, donde estaba parando, pensando muchas cosas; en como la conocí, el viaje hasta allí, todo lo que hablamos, su sonrisa, y tantas cosas más…
Al otro día no me dio la cara para buscarla, al siguiente tampoco. Así se me pasó una semana completa; encerrado, pensando en ella, en mi vida, y en todas las veces que por apresurado o salame pierdo cosas importantes. Algún que otro día me animé a salir a jugar a la pelota con mis primos, y una vez a pescar.
Cuando me quise dar cuenta ya era tiempo de volver. Ese último día tomé valor y fui a la misma casa en donde había dejado a Sofía. Aunque imaginaba que no iba a encontrarla, mantenía la esperanza. Me atendió una señora muy viejita, tía abuela de Lucía dijo, y me contó que mi Sofía solo se quedó dos días más desde que yo la deje esa noche, y luego se fue, no dejo número ni dirección para encontrarla.
Así, se terminó por diluir mi último hilo de esperanza con ella.
Llegó la noche, me despedí de amigos y familiares, agradeciendo el siempre cálido hospedaje, subí al tren y dejé atrás mi tan querido pueblito de calles empedradas.

Su servidor, Dionisio.

lunes, 18 de febrero de 2008

El viaje cap. 1 (Sofía)


Luego de haber decidido irme lo más seguro posible, me dije a mi mismo: “Más vale que por lo menos te la pases de jolgorio en jolgorio”.
Por ello, idee juntarme con mis amigos, tomarme unos buenos vinos con mis tíos, y no dejar un momento para la tranquilidad, quería joda, joda y más joda; y cuando me canse iba a descansar con más joda.
Allá fui, seguro de que me iba para remembrar la adolescencia, y aunque no fue como yo lo pensé, en cierta manera se cumplió.
La idea era ir al pueblito de donde nací, pero antes, pasar por una ciudad media chica, que quedaba de camino, en donde haría escala en casa de unos amigos.
Cuando llegué me estaban esperando, lo que en realidad me sorprendió mucho, ya que si bien les había avisado cuando saldría, en ningún momento le di un horario.
Lo salude a Gabriel primero, ya que estaba con Andrea, su señora, y a Rubén después. Fue un momento fuerte, ya que no los veía desde el colegio, ellos, al igual que yo, habían emigrado hacia nuevos rumbos, buscando algo más que lo que teníamos en nuestros hogares. Y pese a la distancia, siempre nos mantuvimos en contacto.
En cuanto pude les pregunte sobre cómo supieron el horario de llegada, y me contaron, entre risas y cargadas, que hacia poco había hablado mi tan querida y “apañadora” Tía Marta, avisando, y recomendando que vayan a buscar al “nene”.
Llegué a la casa de Gabriel, ya que Rubén vivía con su hermana y yo no quería molestar. Me dieron la pieza que pronto sería del bebé. Andrea, llevaba ya seis meses y medio.
Al verla ahí, con la panza tan grandota, y a mi amigo a su lado, sentí una sensación medio rara. Una mezcla de nostalgia y alegría a la vez. Era el mismo Gabriel, aquel que estuvo conmigo en tantas aventuras con mujeres, el que hoy era un marido ejemplar y un futuro padre de familia. No se como explicarlo, pero seguramente todo aquel que alguna vez le paso algo similar me entenderá.
Me acosté, y sin querer se me pasó la hora. Me despertó Andrea, con un grito de: “¡Arriba che, que quiero presentarte a alguien!”
Cuando baje, estaba ella parada frente a la mesa del comedor…
“Ella se llama Sofía”, dijo Andrea.
Me quedé sin palabras, no supe que decir, era muy linda. Era tan solo un poco más baja que yo, no mucho, pelo castaño claro (aunque me parece que es teñido), ojos color miel, y tenía una figura realmente atractiva. Tanto, que cuando caí en cuenta en lo baboso que me veía, y quise saludarla, en vez de decir “mucho gusto”, me mande un “¡mucho busto!”.
Ella, se dio cuenta al instante de mi “error”, y por ser como es, burlándose dijo: “Gracias, pero no es para tanto, tengo solo 95”.
Mi amigo, no tardó en meter la cuchara y dijo: “jaja Qué manera más rara de presentarse”.
Pasado el papelón, nos sentamos a charlar. Gabriel, dijo que quería presentarnos porque Sofía iba a viajar al mismo pueblito que yo, justo al otro día, ya que tenía una amiga allí que había sido madre hace poco y quería visitarla. Uno, a veces no sabe porque se dan las cosas, por suerte o por quien sabe que, las cosas se dan.
Yo entusiasmado, le prometí estar en todos los detalles, y le hice prometer que ante cualquier cosa no dude en consultarla conmigo.
Esa noche, cenamos todos juntos en una parrillada: Rubén con su hermana Analía, Gabriel con Andrea y su panza, mi Sofía (porque ya era mía), y yo.
Al otro día, salimos a la mañana temprano. Les agradecí la cordialidad a mis amigos, y por supuesto que agradecí la compañía que me habían conseguido.
Durante el viaje, no pare ni un instante de observarla, de admirarla, de pensar y pensar. Ella me hablaba y me hablaba, y a pesar de que estaba embobado, yo trataba de prestar el máximo de atención posible, ya que todo de ella me interesaba.
Cuando al fin llegamos, tenía la seguridad de que me gustaba, y me gustaba en serio, y no quería dejarla pasar. La acompañe hasta lo de su amiga, y me despedí con un simple “adiós”. Me di media vuelta, y cuando había caminado un par de pasos, y me insultaba solo por ser tan cobarde, ella dijo: “¿Salimos hoy? Quiero conocer como es la noche en tu pueblito”; tan solo eso logró que vuelva el alma al cuerpo del tipo, y con la cara llena de risa acepté.
Bueno, para que no se cansen la próxima les cuento como sigue, pido paciencia a los impacientes, pero les adelanto que este viaje me cambio la vida.

Su servido Dionisio.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Viajero y mochilero


Bueno señores, tengo mucho para contar, tanto que no se por donde comenzar. Lo primero que quiero decir, es que me fui de vacaciones, por eso no escribí durante enero. Les pido disculpas por no haber avisado, y espero continúen frecuentando mi espacio virtual.
Lo siguiente, tiene que ver con lo que realicé en éstas, mis vacaciones. Hace rato que no me tomaba unas buenas y disfrutadas vacaciones, decidí por ello, descansar un mes completito. Los primeros quince días, pensé en ir de visita, a mis familiares y amigos que viven en otras provincias, ciudades y pueblos.
Para esto, imaginé dos alternativas: Irme de “mochilero”, haciendo dedo; o hacer la clásica, tomarme los correspondientes colectivos y llegar en tiempo y forma a cada lugar (medio aburrido y de viejo verde).
Decidí la primera opción. Me senté en la mesa redonda que tengo en el comedor, acerqué la lámpara, con papel y lapicera, puse como título: “Mi viaje de mochilero”; y comencé a hacer una lista para mi mochila: Una carpa, uno nunca sabe si hay que dormir en una casa, un camping, o en la ruta; una bolsa de dormir, porque no voy a dormir en el piso así, me va a hacer frío; un par de latas para comer de camino; abrelatas; campera; un libro, para leer algo de camino, no mejor dos porque seguro termino el primero rápido; una radio chiquita a pilas, para escuchar algo, porque la soledad de la ruta es medio triste; ¿y si llueve? una capita con un paraguas; también me dio un poco de miedo, y como no me animo a llevar una pistola, ni tengo tampoco, me decido por un cuchillo medio grandote; Ah y de camino hay un lago bárbaro donde dicen que se pesca bien, así que mejor que lleve una caña… ¡Epa! Tengo demasiadas cosas, y ni siquiera puse la muda de ropa para el viaje, o para cuando llegue, porque quiero salir y no voy a andar con lo mismo. Nada que ver, ¿Qué va a decir mis familiares y amigos? Seguro que dirían: “¡El sucio ese!”.
¿Cómo hago para meter todo lo que necesito en la mochila? ¿Y si me quiero traer recuerdos? Era demasiado ya, muchas cosas.
Me levanté, tomé un poco de agua, y me volví a sentar. Arranque esa hoja, la hice un bollito, y escribí como título de la nueva hoja: “Cosas necesarias para mi viaje en COLECTIVO”.
Me resigné a que ya no estoy para esos tipos de viajes, ya estoy medio viejón, soy muy quisquilloso, y además… ¡no tengo ni la mochila!
Y dije: “Mejor me aseguro un viaje tranquilo y no me preocupo tanto, total ya fue”.
La próxima vez amigos, les voy a contar que hice de interesante en esos primeros quince días, y tal vez les deje una puntita de los siguientes quince, que fueron los más entretenidos.

Su servidor, Dionisio