martes, 14 de octubre de 2008

El fin de una historia


Hace ya tiempo que no escribía nada, tal vez haya alguien que se pregunte el porqué, o quizá a nadie le importe. Lo cierto es que tras haber encontrado una cierta estabilidad amorosa en mi vida creía que todo iba bien hasta que se produjo un hecho que cambió todo, hasta mi motivación de escribir. Se los voy a relatar tal cual lo recuerdo…
Salí hacia el trabajo un miércoles. Antes de irme, como lo hacía siempre, me despedí de Sofía con un beso, ella no trabaja los miércoles y solía quedarse a hacer algunas de las cosas de la casa. Ella, como siempre, me saludo y me dijo: “Hasta lueguito amor”.
La mañana transcurrió de lo más normal, sin sobresaltos ni novedades. En un momento mi jefe se me acercó; tipo raro, de unos 55 años, poco cabello en la frente y una pelada en forma circular que le crecía desde arriba de la cabeza, medio gordito y con una sonrisa medio tenebrosa.
- ¿Pasa algo Dionisio?
- No señor –Le respondí rápidamente-
- Mirá – me dice- te veo medio extraño, por hoy, y por única vez te voy a dejar ir a mitad de mañana. Aparte ya no hay trabajo para hacer.
- Muchas gracias señor – le dije algo extrañado por el ofrecimiento-
Yo hace casi 5 años que trabajo en ese lugar, y nunca me habían dejado salir temprano. Tal vez por ello es que decidí aceptar y llegar temprano a casa para invitarla a almorzar a Sofía.
Apuré mis pasos con el objetivo de llegar a tiempo, ya eran casi las 12:30 y sabía que en ese horario Sofía preparaba el almuerzo. Antes de llegar, sabiendo que a ella le gustaban, le compré un ramo de flores en la florería de mi amigo Manuel.
Por la prisa, me hizo calor, así que me saqué el saco del traje, y así llegué: con el saco en una mano y las flores en la otra.
Abrí la puerta, y al sentir tantísimo silencio, comencé a llamarla: “Sofí”, “Amor”, “Mi amor ¿Dónde estás?”
En la sala no estaba, en la cocina tampoco, ni siquiera había olor a comida… Comencé a preocuparme, antes de ir al cuarto pasé por el balcón y el patio: tampoco estaba. “Tal vez se quedó dormida”, me dije y encaré derecho al cuarto aferrando mi ramo de rosas, amarillas; como a ella le gustan.
La puerta estaba cerrada, algo medio raro, porque siempre la mantenemos abierta, ya que desde el cuarto con la puerta cerrada no se escucha la puerta de entrada.
La abrí esperando encontrarla dormida, en las suaves sábanas que juntos elegimos para nuestro sommier. Sentía su aroma ya desde afuera de la habitación y no me aguantaba las ganas de verla y abrazarla.
Mis ojos dudaron tres o cuatro segundos, mi cabeza no reaccionó por más de diez. Sofía no estaba dormida, ni siquiera estaba en el cuarto, como tampoco sus cosas. Los armarios estaban abiertos, los cajones vacíos y tan sólo quedaba su perfume rondando el cuarto.
Sobre la cama, sobre el cubrecama, que también elegimos el mismo día de las sábanas, había una hoja de papel, que del reverso tenía mi nombre.
Confundido, tomé la carta, me senté en la cama y me dispuse a leer…
“Querido mío:
No hubo momento a tu lado en que no haya sido feliz, desde que te conocí descubrí lo maravilloso que eres, y lo mucho que me amas. Mi vida aquí ha sido de lo más placentera, y haciendo un repaso la verdad es que no tengo de que quejarme: fuiste, conmigo, el mejor hombre del mundo. Y mientras escribo estas líneas me cuesta muchísimo escribir lo que no tuve el valor de decir.
Hace menos de un mes, me llamó a mi celular Miguel, mi ex. Me dijo que estaba aquí en la ciudad y que necesitaba verme. Yo le dije que ya tenía mi vida, que no me interesaba saber de él, pero como siempre él insistió. Y yo, como siempre, afloje.
Cuando lo ví se despertaron aquellas viejas sensaciones en mí. Sensaciones que hoy me avergüenzan, porque son ellas las que me confunden y me alejan de vos.
Con Miguel nos encontramos dos veces más, charlamos mucho, sobre mí, sobre él y sobre nosotros. La verdad Dionisio es que estoy muy confundida, porque por un lado te tengo a vos que sos el hombre perfecto, y por el otro lo tengo a él que produce aquellas sensaciones. Perdoname, no tengo, ni siquiera el valor para mirarte a la cara. Me voy a casa, no sé que voy a hacer… Solo te pido que sigas tu vida. Te pido disculpas nuevamente.
Sofía”

Casi no pude terminar de leerla, las lagrimas, aquellas que reprimí tantas veces, rebeldes de su condición, salían indiscriminadamente.
Me cuesta, aún hoy, después de casi 2 semanas, referirme al tema sin por lo menos no lagrimear. ¿Por qué me dejo? Todavía no lo entiendo… lo único que sé es que mi Sofía se me fue, y con ella todas las fuerzas y las ganas de seguir.
Luego de meditar largamente sobre la continuidad del blog, he decidido, por lo menos, realizar un alto. No quería dejar, o más bien parar, sin explicar el motivo principal. Y quiero que aquellos que me siguen y que me leen, me sepan entender.
Solo me queda decirles: hasta pronto.

Su servidor, Dionisio