lunes, 18 de febrero de 2008

El viaje cap. 1 (Sofía)


Luego de haber decidido irme lo más seguro posible, me dije a mi mismo: “Más vale que por lo menos te la pases de jolgorio en jolgorio”.
Por ello, idee juntarme con mis amigos, tomarme unos buenos vinos con mis tíos, y no dejar un momento para la tranquilidad, quería joda, joda y más joda; y cuando me canse iba a descansar con más joda.
Allá fui, seguro de que me iba para remembrar la adolescencia, y aunque no fue como yo lo pensé, en cierta manera se cumplió.
La idea era ir al pueblito de donde nací, pero antes, pasar por una ciudad media chica, que quedaba de camino, en donde haría escala en casa de unos amigos.
Cuando llegué me estaban esperando, lo que en realidad me sorprendió mucho, ya que si bien les había avisado cuando saldría, en ningún momento le di un horario.
Lo salude a Gabriel primero, ya que estaba con Andrea, su señora, y a Rubén después. Fue un momento fuerte, ya que no los veía desde el colegio, ellos, al igual que yo, habían emigrado hacia nuevos rumbos, buscando algo más que lo que teníamos en nuestros hogares. Y pese a la distancia, siempre nos mantuvimos en contacto.
En cuanto pude les pregunte sobre cómo supieron el horario de llegada, y me contaron, entre risas y cargadas, que hacia poco había hablado mi tan querida y “apañadora” Tía Marta, avisando, y recomendando que vayan a buscar al “nene”.
Llegué a la casa de Gabriel, ya que Rubén vivía con su hermana y yo no quería molestar. Me dieron la pieza que pronto sería del bebé. Andrea, llevaba ya seis meses y medio.
Al verla ahí, con la panza tan grandota, y a mi amigo a su lado, sentí una sensación medio rara. Una mezcla de nostalgia y alegría a la vez. Era el mismo Gabriel, aquel que estuvo conmigo en tantas aventuras con mujeres, el que hoy era un marido ejemplar y un futuro padre de familia. No se como explicarlo, pero seguramente todo aquel que alguna vez le paso algo similar me entenderá.
Me acosté, y sin querer se me pasó la hora. Me despertó Andrea, con un grito de: “¡Arriba che, que quiero presentarte a alguien!”
Cuando baje, estaba ella parada frente a la mesa del comedor…
“Ella se llama Sofía”, dijo Andrea.
Me quedé sin palabras, no supe que decir, era muy linda. Era tan solo un poco más baja que yo, no mucho, pelo castaño claro (aunque me parece que es teñido), ojos color miel, y tenía una figura realmente atractiva. Tanto, que cuando caí en cuenta en lo baboso que me veía, y quise saludarla, en vez de decir “mucho gusto”, me mande un “¡mucho busto!”.
Ella, se dio cuenta al instante de mi “error”, y por ser como es, burlándose dijo: “Gracias, pero no es para tanto, tengo solo 95”.
Mi amigo, no tardó en meter la cuchara y dijo: “jaja Qué manera más rara de presentarse”.
Pasado el papelón, nos sentamos a charlar. Gabriel, dijo que quería presentarnos porque Sofía iba a viajar al mismo pueblito que yo, justo al otro día, ya que tenía una amiga allí que había sido madre hace poco y quería visitarla. Uno, a veces no sabe porque se dan las cosas, por suerte o por quien sabe que, las cosas se dan.
Yo entusiasmado, le prometí estar en todos los detalles, y le hice prometer que ante cualquier cosa no dude en consultarla conmigo.
Esa noche, cenamos todos juntos en una parrillada: Rubén con su hermana Analía, Gabriel con Andrea y su panza, mi Sofía (porque ya era mía), y yo.
Al otro día, salimos a la mañana temprano. Les agradecí la cordialidad a mis amigos, y por supuesto que agradecí la compañía que me habían conseguido.
Durante el viaje, no pare ni un instante de observarla, de admirarla, de pensar y pensar. Ella me hablaba y me hablaba, y a pesar de que estaba embobado, yo trataba de prestar el máximo de atención posible, ya que todo de ella me interesaba.
Cuando al fin llegamos, tenía la seguridad de que me gustaba, y me gustaba en serio, y no quería dejarla pasar. La acompañe hasta lo de su amiga, y me despedí con un simple “adiós”. Me di media vuelta, y cuando había caminado un par de pasos, y me insultaba solo por ser tan cobarde, ella dijo: “¿Salimos hoy? Quiero conocer como es la noche en tu pueblito”; tan solo eso logró que vuelva el alma al cuerpo del tipo, y con la cara llena de risa acepté.
Bueno, para que no se cansen la próxima les cuento como sigue, pido paciencia a los impacientes, pero les adelanto que este viaje me cambio la vida.

Su servido Dionisio.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Viajero y mochilero


Bueno señores, tengo mucho para contar, tanto que no se por donde comenzar. Lo primero que quiero decir, es que me fui de vacaciones, por eso no escribí durante enero. Les pido disculpas por no haber avisado, y espero continúen frecuentando mi espacio virtual.
Lo siguiente, tiene que ver con lo que realicé en éstas, mis vacaciones. Hace rato que no me tomaba unas buenas y disfrutadas vacaciones, decidí por ello, descansar un mes completito. Los primeros quince días, pensé en ir de visita, a mis familiares y amigos que viven en otras provincias, ciudades y pueblos.
Para esto, imaginé dos alternativas: Irme de “mochilero”, haciendo dedo; o hacer la clásica, tomarme los correspondientes colectivos y llegar en tiempo y forma a cada lugar (medio aburrido y de viejo verde).
Decidí la primera opción. Me senté en la mesa redonda que tengo en el comedor, acerqué la lámpara, con papel y lapicera, puse como título: “Mi viaje de mochilero”; y comencé a hacer una lista para mi mochila: Una carpa, uno nunca sabe si hay que dormir en una casa, un camping, o en la ruta; una bolsa de dormir, porque no voy a dormir en el piso así, me va a hacer frío; un par de latas para comer de camino; abrelatas; campera; un libro, para leer algo de camino, no mejor dos porque seguro termino el primero rápido; una radio chiquita a pilas, para escuchar algo, porque la soledad de la ruta es medio triste; ¿y si llueve? una capita con un paraguas; también me dio un poco de miedo, y como no me animo a llevar una pistola, ni tengo tampoco, me decido por un cuchillo medio grandote; Ah y de camino hay un lago bárbaro donde dicen que se pesca bien, así que mejor que lleve una caña… ¡Epa! Tengo demasiadas cosas, y ni siquiera puse la muda de ropa para el viaje, o para cuando llegue, porque quiero salir y no voy a andar con lo mismo. Nada que ver, ¿Qué va a decir mis familiares y amigos? Seguro que dirían: “¡El sucio ese!”.
¿Cómo hago para meter todo lo que necesito en la mochila? ¿Y si me quiero traer recuerdos? Era demasiado ya, muchas cosas.
Me levanté, tomé un poco de agua, y me volví a sentar. Arranque esa hoja, la hice un bollito, y escribí como título de la nueva hoja: “Cosas necesarias para mi viaje en COLECTIVO”.
Me resigné a que ya no estoy para esos tipos de viajes, ya estoy medio viejón, soy muy quisquilloso, y además… ¡no tengo ni la mochila!
Y dije: “Mejor me aseguro un viaje tranquilo y no me preocupo tanto, total ya fue”.
La próxima vez amigos, les voy a contar que hice de interesante en esos primeros quince días, y tal vez les deje una puntita de los siguientes quince, que fueron los más entretenidos.

Su servidor, Dionisio