jueves, 15 de noviembre de 2007

La parca llegó al pueblo


Mis primeros años de vida, los disfrute en un pueblito pequeñito, alejado de las grandes ciudades, del ruido y ritmo de las urbes.
Por ser tan chico, cada acontecimiento, por más banal que era, se transformaba en todo un suceso en el pueblito. Existían cosas y hechos que trascendían, más allá de un simple festejo, y quedaban marcados como parte de la historia del pueblo.
Recuerdo como, cuando yo tenía cinco años, casi seis, el pueblo se revolucionó por la muerte de Don Francisco, nuestro almacenero, de 85 años.
El viejo era muy querido por la gente, y a pesar de mi corta edad, hasta yo podía darme cuenta de eso a diario. Los chicos, como yo, lo queríamos porque a diferencia del otro almacenero grande, Don Francisco nos regalaba un caramelo siempre. Aquel, era de una marca rara, no común, nunca más lo vi, ni oí de el. Era de dulce de leche, envuelto en un papel negro con una línea dorada, por solo recordarlo siento deseos de comerlo.
Los hombres del pueblito, iban al almacén y se quedaban horas eternas conversando y discutiendo de fútbol. Y las mujeres mayores, a veces, hasta parecían presumirle al viejo.
No fue extraño, entonces, ver a todo el pueblo peregrinando hacia su casa, cuando salió a la luz la triste noticia de su fallecimiento.
Abuelos, hombres, mujeres y niños fuimos a apoyar a la familia de este buen hombre.
Para mí, fue una experiencia rara, yo nunca había visto un muerto, y en casa casi no se tocaba el tema de la muerte. Yo veía a la muerte, en ese entonces, como algo muy lejano, algo del pasado, o quizás de un futuro muy alejado, y no como algo que podría suceder en el presente.
A la muerte, todavía se la tiene como un tema tabú. Es difícil encontrar personas que hablen con total naturalidad del tema, y sobre todo lo sepan explicar. ¿Se pusieron a pensar que difícil que es explicarla? ¿Cómo harían para clarificarle la idea a un chico de cuatro años, que viene y pregunta qué es la muerte y porqué tiene que pasar?
Entre mi viejo, el mecánico de la zona, preocupado más por el motor oxidado de un chevy que tenía al fondo, que por sentarse a charlar conmigo, y mi mamá que no daba a vasto con las cosas de la casa, nadie se sentaba conmigo a explicarme que pasaba.
Con estas falencias en mi comprensión de lo que estaba ocurriendo, llegamos a la casa de Don Francisco.
Estaba tan lleno que yo pensé que no íbamos a llegar nunca, sin embargo llegamos a entrar. Era una sala grande, que no tenía muchos muebles, había un par de sillones en las esquinas, y unas cuantas sillas. Hasta ahí, lo único que me había llamado la atención fueron las flores y el perfume de éstas, eso hasta que descubrí un cajón grande al fondo de la habitación. Con la curiosidad clásica de un niño, avance un par de pasos. “Epa, ¿adonde vas?” me dijo mi papá, mientras me agarró la mano. Al ver frustrada mi intensión, me obsesione con la idea de ver lo que había dentro del cajón, ya que todos se acercaban, veían y se retiraban llorando.
En un descuido de mis padres, corrí en dirección al cajón. Cuando llegué, lo vi a Don Francisco, parecía dormido, pero sumergido en un sueño especial, sus facciones transmitían tranquilidad, la misma que transmitió durante toda su vida. No recuerdo muy bien que sentí en ese momento, solo que, por curiosidad tal vez, intenté tocarlo. Cuando estaba por hacerlo, me agarró la mano mi papá, me pegó un tirón y me dijo: “aquí no se puede jugar” y me sacó de la casa.
Aquella experiencia la recordé por varios días, a mamá, la volví loca por un mes casi. ¿Dónde fue Don Francisco? ¿No va a volver? ¿Ahora que no estaba, quién iba a atender el almacén? ¿Me seguirán dando caramelos?
“La muerte es irse a otro mundo. Un mundo donde uno está mejor, y donde no se regresa”, así me lo explicó en aquel momento mi mamá, y seguramente, cuando me toque explicárselo a algunos de mis hijos, le diré algo parecido.
En aquel entonces, sentimos la ausencia de Don Francisco, y nos costó retomar la cotidiana rutina. Sin embargo, como pasa siempre, hasta en los pueblos pequeñitos, continuamos hasta que logramos acostumbrarnos a un nuevo ritmo, a un nuevo almacenero, o a una nueva ciudad, como mi caso. Ese aprendizaje, que se obtiene al cicatrizarse una herida, permite un crecimiento que, tal vez, de otra manera no se lograría.
La muerte es, desde ese punto, una posibilidad de aprendizaje y maduración, de aceptación y crecimiento, para todos aquellos que nos quedamos en este mundo. Y la vida, la vida es muy corta, por lo tanto hay que aprender a disfrutar de ella lo máximo posible.
Su servidor, Dionisio

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"La muerte, temida como el más horrible de los males, no es, en realidad, nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando ésta llega, nosotros no somos".

Juan Pablo C dijo...

Gua, que buena expresión. Pero me quedo con lo ultimo que escribiste. La vida hay que disfrutarla a full... y no pasarsela escribiendo estupideces... y menos contestando estupideces!
Un abrazo!

Anónimo dijo...

hola licenciado, como le va? me sorprendio leer tan buen material. voy a pasar mas seguido por aca porque las historias estan muy lindas. Gracias por compartir tu don con la gente! un saludo