La historia que siempre contaba mi abuelo sobre su viaje y el supuesto “gaucho fantasma”, me producía cierta incredulidad. Notaba que existían incongruencias, cosas que no me cerraban y no terminaban de convencerme.
De hecho, tal vez por esa historia, que yo siempre fui muy escéptico con respecto a esos cuentos sobre fantasmas y cosas sobre naturales. Quizá por ello, porque nunca me sucedió nada extraño, o porque nunca tuve ninguna experiencia que relatar, o no se porqué…pero no creía en absolutamente nada.
Es más, siempre era yo el que buscaba algún tipo de explicación terrenal que logre esclarecer el misterio de cada relato.
Esto hasta que me pasó algo verdaderamente extraño, algo que por lo general no me animo ni a contar.
Todo sucedió durante la última semana de clases previo a recibir el título secundario.
Yo había ido al mismo colegio público desde el primer grado, el Nicolás Avellaneda. La mayoría de mis compañeros me habían acompañado en el camino durante la primaria y la secundaria. Cada uno de nosotros nos conocíamos como si fuéramos hermanos.
Éramos veinticinco en total, catorce chicas y diez chicos. No, perdón, once chicos.
Lo que pasa, es que los que nos juntábamos siempre éramos diez. Daniel era el once.
Y la verdad es que pese a que fuimos compañeros desde quinto grado, cuando sus padres llegaron al pueblo, nunca llegamos a conocerlo del todo.
Daniel era un chico muy callado, tímido y totalmente introvertido. Ya su aspecto físico lo demostraba. Era muy flaquito, tenía una piel muy blanca, y además parecía que se iba a quebrar en cualquier momento. Tenía encorvado el cuerpo, como alguien que tiene vergüenza de algo. Pelo castaño, con una raya al medio que, con toda seguridad, todavía se la hacía su mamá.
Sin embargo, nosotros hicimos miles de intentos por integrarlo al grupo. Y cada uno de ellos, era rechazado siempre con alguna nueva excusa. Aún así, lo queríamos, ya que pese a su automarginación, era un pibe muy respetuoso, bueno y generoso con sus cosas.
Durante aquella semana, que no voy a olvidar más, las cosas se habían salido de los carriles normales, y se vivía un ambiente de locura y exaltación constante. Habíamos tomado como costumbre, entrar a clase 10 o 20 minutos después de que tocaban el timbre para hacerlo.
En una de esas oportunidades, me fui al baño para mojarme la cabeza ya que ese día hacía mucho calor, y la verdad es que era la única forma de sobrellevarlo. Cuando me agache para mojarme un poco la nuca, sentí como una brisa fría, rara, y como una presencia que me observaba. Como cuando a veces, sin llegar a confirmarlo, sabes que alguien te está mirando.
Al levantar la mirada, ahí en la puerta del baño estaba parado Daniel. Estaba más pálido que de costumbre, las ojeras, características en él, eran más oscuras que nunca. La verdad que la sola imagen era medio escalofriante. Pero era Daniel, ¿qué podría hacer?
Yo, todavía agachado, me quedé tan sólo observándolo. El, mientras tanto, se me acercó lentamente. Y como nunca, apoyó su mano sobre mi hombro y me dijo: “Dionisio, necesito ayuda”.
- Eh loco, ¿qué te pasa? Contá conmigo para lo que necesites –le dije.
- Mirá, pasó algo muy raro. Y no lo puedo controlar. No se que hacer. Ya he intentado todo, estoy desesperado. Hace dos días que no puedo dormir.
- Pero ¿qué pasó? Contame –repliqué.
- Todo comenzó –dijo- por culpa de una prima que vino a pasar unos días a casa este último fin de semana…
Me contó que la flaca era un par de años más grande que nosotros. Que a ella le gustaba, y sobre todo, que practicaba aquello de la magia negra y esas cosas, que claro yo no creía.
El tema es que parece que ella lo convenció de hacer una mini sesión con un güija improvisado. Al parecer, en medio de la “sesión” sucedió algo medio raro. El “espíritu contactado”, le fue dando pistas y le señaló el camino hacia el patio de su casa y “le pidió” que abran una caja que había en el fondo.
Los chicos lo hicieron y, al hacerlo, encontraron una foto vieja de una monja con un nene; enterrada bajo abundante sal gruesa. Según Daniel, ni su propia prima lo pudo creer cuando la encontraron.
Y ahí, después de eso, fue cuando comenzaron los problemas. El “espíritu” se puso medio violento, empezó a “deletrear” frases sin un sentido cierto. Y al preguntar si se quería ir (una de las reglas de este “juego”) siempre respondía con un contundente “No”.
En un momento, y ante las preguntas de los chicos (las que ya no eran respondidas) el espíritu deletreó una frase larga: “No soy quien dije que era, y ahora por fin estoy libre. No van a poder encerrarme nunca más y me voy a quedar en esta casa para siempre.”
Y con eso último que me contó, Daniel empezó a moquear.
Me contó que esa noche, por más que intentaron miles de veces, no pudieron “cerrar el juego”, y que lo dejaron así para intentarlo al otro día.
Dani me dijo que no pudo dormir en toda la noche, porque sentía que no estaba solo en su habitación, que había “alguien” observándolo.
Al otro día junto con su prima, volvieron a intentarlo, pero esta vez fue peor porque ya no recibieron respuesta.
La chica le dijo que seguramente se había ido, que a veces no hace falta cerrar nada, que los espíritus se cansan y se van. Y que seguramente, el espíritu, dijo aquello último para burlarse de ellos, ya que estas “almas en pena” suelen ser muy burlonas.
- Pero eso no es todo- me dijo Daniel- Eso recién fue el principio.
- ¿Qué más pasó? – le pregunté.
- El domingo se fue mi prima con mi tía en su auto, y hasta ahora no sabemos nada de ellas –respondió con un tinte de amargura- Toda la familia está preocupada, las busca la policía y no hay noticias. No encuentran ni siquiera el auto.
- Bueno, Daniel pero puede ser todo una triste coincidencia – le dije, respondiendo a mi clásica manera de ver las cosas.
Yo a estas alturas, consideraba éste como un triste relato más, que involucraba un hecho real, con un hecho casual y la superstición de una cultura que necesita creer de algo más de lo que vemos diariamente. Todo esto, potenciado por la personalidad de Daniel. El cual, había sido durante toda su vida alguien tan introvertido que nunca se había destacado en nada, ni tampoco le habían sucedido cosas realmente importantes en su vida, convirtiéndola en monótona y aburrida. No sería extraño, que su mente juegue con él, con el objetivo de ponerle cierta “pimienta” a la rutina.
- Mirá – me dijo mostrándome la foto
- ¿Qué haces con eso?
- Intenté de todo para deshacerme de ella –me contó desesperado-: la tiré, la rompí, la quemé, de todo hice; hasta la volví a enterrar, cubriéndola de sal, tal cual la encontramos; y siempre aparece de nuevo en mi cuarto, debajo de mi cama. Todo esto, me tiene mal, no puedo dormir y cada vez que lo intento siento ruidos, siento que me llaman desde la otra habitación y cuando voy no hay nadie. No se que hacer.
- Dámela a mi –le dije, proponiéndole una solución válida.
- ¿Estás loco? No quiero meterte en todo esto…
- Naaaa – respondí- yo no creo en esas cosas, para mi son propias sugestiones. Por ejemplo: vos te imaginas que tiras, rompes o quemas la foto, pero en realidad no lo haces. Y vos mismo la escondes debajo de tu cama, sólo que tu mente, de manera inconciente, anula ese recuerdo. Es algo posible, de hecho es una técnica que algunos estudiosos de la mente utilizan.
Al principio Daniel no quería saber nada con mi idea, pero lo logré convencer y me la entregó.
- Ahora cuando salgamos de clase – le recomendé- te vas a tu casa y te dormís tranquilo. Yo me voy a deshacer de esto. Anda tranquilo loco.
- Gracias Dionisio, si sale todo como vos lo decís te lo voy a agradecer de por vida –me dijo el pobre.
Después de la charla, yo metí la foto en mi billetera y volvimos al aula. Daniel se veía más relajado, y hasta opinó en clase sobre las diferencias conceptuales del nazismo y el fascismo, algo que nos sorprendió a todos, incluso a la profe.
El resto de la jornada transcurrió sin ninguna novedad, y hasta me olvidé que llevaba la vieja foto en mi billetera.
Cuando volví al otro día encontré a todo el mundo llorando. Y al preguntar qué es lo que había sucedido, me dijeron que Daniel había fallecido.
- ¿Pero cómo? – pregunté extrañado.
- Nadie sabe cómo –me respondieron- sólo que al parecer fue de noche, esta mañana sus padres lo encontraron ya muerto en su cuarto.
Casi como un acto reflejo recordé la historia que me relató, y lo de su prima y su tía. Saqué mi billetera del bolsillo y busqué la foto, pero no la encontré.
En el colegio nos dieron el día libre para ir al velatorio y darle el pésame a la familia.
Lo velaban en su casa, así que allí fuimos todos. En un momento, pedí para ir al baño. Cuando me dirigía hasta allí pasé por el cuarto de Daniel, no me pude contener y entré. Llegué hasta su cama, y me agaché. Ahí debajo, como si nunca se hubiera movido, estaba la vieja fotografía; tan sólo para demostrarme que hay cosas que no tienen explicación.
Su servidor, Dionisio
De hecho, tal vez por esa historia, que yo siempre fui muy escéptico con respecto a esos cuentos sobre fantasmas y cosas sobre naturales. Quizá por ello, porque nunca me sucedió nada extraño, o porque nunca tuve ninguna experiencia que relatar, o no se porqué…pero no creía en absolutamente nada.
Es más, siempre era yo el que buscaba algún tipo de explicación terrenal que logre esclarecer el misterio de cada relato.
Esto hasta que me pasó algo verdaderamente extraño, algo que por lo general no me animo ni a contar.
Todo sucedió durante la última semana de clases previo a recibir el título secundario.
Yo había ido al mismo colegio público desde el primer grado, el Nicolás Avellaneda. La mayoría de mis compañeros me habían acompañado en el camino durante la primaria y la secundaria. Cada uno de nosotros nos conocíamos como si fuéramos hermanos.
Éramos veinticinco en total, catorce chicas y diez chicos. No, perdón, once chicos.
Lo que pasa, es que los que nos juntábamos siempre éramos diez. Daniel era el once.
Y la verdad es que pese a que fuimos compañeros desde quinto grado, cuando sus padres llegaron al pueblo, nunca llegamos a conocerlo del todo.
Daniel era un chico muy callado, tímido y totalmente introvertido. Ya su aspecto físico lo demostraba. Era muy flaquito, tenía una piel muy blanca, y además parecía que se iba a quebrar en cualquier momento. Tenía encorvado el cuerpo, como alguien que tiene vergüenza de algo. Pelo castaño, con una raya al medio que, con toda seguridad, todavía se la hacía su mamá.
Sin embargo, nosotros hicimos miles de intentos por integrarlo al grupo. Y cada uno de ellos, era rechazado siempre con alguna nueva excusa. Aún así, lo queríamos, ya que pese a su automarginación, era un pibe muy respetuoso, bueno y generoso con sus cosas.
Durante aquella semana, que no voy a olvidar más, las cosas se habían salido de los carriles normales, y se vivía un ambiente de locura y exaltación constante. Habíamos tomado como costumbre, entrar a clase 10 o 20 minutos después de que tocaban el timbre para hacerlo.
En una de esas oportunidades, me fui al baño para mojarme la cabeza ya que ese día hacía mucho calor, y la verdad es que era la única forma de sobrellevarlo. Cuando me agache para mojarme un poco la nuca, sentí como una brisa fría, rara, y como una presencia que me observaba. Como cuando a veces, sin llegar a confirmarlo, sabes que alguien te está mirando.
Al levantar la mirada, ahí en la puerta del baño estaba parado Daniel. Estaba más pálido que de costumbre, las ojeras, características en él, eran más oscuras que nunca. La verdad que la sola imagen era medio escalofriante. Pero era Daniel, ¿qué podría hacer?
Yo, todavía agachado, me quedé tan sólo observándolo. El, mientras tanto, se me acercó lentamente. Y como nunca, apoyó su mano sobre mi hombro y me dijo: “Dionisio, necesito ayuda”.
- Eh loco, ¿qué te pasa? Contá conmigo para lo que necesites –le dije.
- Mirá, pasó algo muy raro. Y no lo puedo controlar. No se que hacer. Ya he intentado todo, estoy desesperado. Hace dos días que no puedo dormir.
- Pero ¿qué pasó? Contame –repliqué.
- Todo comenzó –dijo- por culpa de una prima que vino a pasar unos días a casa este último fin de semana…
Me contó que la flaca era un par de años más grande que nosotros. Que a ella le gustaba, y sobre todo, que practicaba aquello de la magia negra y esas cosas, que claro yo no creía.
El tema es que parece que ella lo convenció de hacer una mini sesión con un güija improvisado. Al parecer, en medio de la “sesión” sucedió algo medio raro. El “espíritu contactado”, le fue dando pistas y le señaló el camino hacia el patio de su casa y “le pidió” que abran una caja que había en el fondo.
Los chicos lo hicieron y, al hacerlo, encontraron una foto vieja de una monja con un nene; enterrada bajo abundante sal gruesa. Según Daniel, ni su propia prima lo pudo creer cuando la encontraron.
Y ahí, después de eso, fue cuando comenzaron los problemas. El “espíritu” se puso medio violento, empezó a “deletrear” frases sin un sentido cierto. Y al preguntar si se quería ir (una de las reglas de este “juego”) siempre respondía con un contundente “No”.
En un momento, y ante las preguntas de los chicos (las que ya no eran respondidas) el espíritu deletreó una frase larga: “No soy quien dije que era, y ahora por fin estoy libre. No van a poder encerrarme nunca más y me voy a quedar en esta casa para siempre.”
Y con eso último que me contó, Daniel empezó a moquear.
Me contó que esa noche, por más que intentaron miles de veces, no pudieron “cerrar el juego”, y que lo dejaron así para intentarlo al otro día.
Dani me dijo que no pudo dormir en toda la noche, porque sentía que no estaba solo en su habitación, que había “alguien” observándolo.
Al otro día junto con su prima, volvieron a intentarlo, pero esta vez fue peor porque ya no recibieron respuesta.
La chica le dijo que seguramente se había ido, que a veces no hace falta cerrar nada, que los espíritus se cansan y se van. Y que seguramente, el espíritu, dijo aquello último para burlarse de ellos, ya que estas “almas en pena” suelen ser muy burlonas.
- Pero eso no es todo- me dijo Daniel- Eso recién fue el principio.
- ¿Qué más pasó? – le pregunté.
- El domingo se fue mi prima con mi tía en su auto, y hasta ahora no sabemos nada de ellas –respondió con un tinte de amargura- Toda la familia está preocupada, las busca la policía y no hay noticias. No encuentran ni siquiera el auto.
- Bueno, Daniel pero puede ser todo una triste coincidencia – le dije, respondiendo a mi clásica manera de ver las cosas.
Yo a estas alturas, consideraba éste como un triste relato más, que involucraba un hecho real, con un hecho casual y la superstición de una cultura que necesita creer de algo más de lo que vemos diariamente. Todo esto, potenciado por la personalidad de Daniel. El cual, había sido durante toda su vida alguien tan introvertido que nunca se había destacado en nada, ni tampoco le habían sucedido cosas realmente importantes en su vida, convirtiéndola en monótona y aburrida. No sería extraño, que su mente juegue con él, con el objetivo de ponerle cierta “pimienta” a la rutina.
- Mirá – me dijo mostrándome la foto
- ¿Qué haces con eso?
- Intenté de todo para deshacerme de ella –me contó desesperado-: la tiré, la rompí, la quemé, de todo hice; hasta la volví a enterrar, cubriéndola de sal, tal cual la encontramos; y siempre aparece de nuevo en mi cuarto, debajo de mi cama. Todo esto, me tiene mal, no puedo dormir y cada vez que lo intento siento ruidos, siento que me llaman desde la otra habitación y cuando voy no hay nadie. No se que hacer.
- Dámela a mi –le dije, proponiéndole una solución válida.
- ¿Estás loco? No quiero meterte en todo esto…
- Naaaa – respondí- yo no creo en esas cosas, para mi son propias sugestiones. Por ejemplo: vos te imaginas que tiras, rompes o quemas la foto, pero en realidad no lo haces. Y vos mismo la escondes debajo de tu cama, sólo que tu mente, de manera inconciente, anula ese recuerdo. Es algo posible, de hecho es una técnica que algunos estudiosos de la mente utilizan.
Al principio Daniel no quería saber nada con mi idea, pero lo logré convencer y me la entregó.
- Ahora cuando salgamos de clase – le recomendé- te vas a tu casa y te dormís tranquilo. Yo me voy a deshacer de esto. Anda tranquilo loco.
- Gracias Dionisio, si sale todo como vos lo decís te lo voy a agradecer de por vida –me dijo el pobre.
Después de la charla, yo metí la foto en mi billetera y volvimos al aula. Daniel se veía más relajado, y hasta opinó en clase sobre las diferencias conceptuales del nazismo y el fascismo, algo que nos sorprendió a todos, incluso a la profe.
El resto de la jornada transcurrió sin ninguna novedad, y hasta me olvidé que llevaba la vieja foto en mi billetera.
Cuando volví al otro día encontré a todo el mundo llorando. Y al preguntar qué es lo que había sucedido, me dijeron que Daniel había fallecido.
- ¿Pero cómo? – pregunté extrañado.
- Nadie sabe cómo –me respondieron- sólo que al parecer fue de noche, esta mañana sus padres lo encontraron ya muerto en su cuarto.
Casi como un acto reflejo recordé la historia que me relató, y lo de su prima y su tía. Saqué mi billetera del bolsillo y busqué la foto, pero no la encontré.
En el colegio nos dieron el día libre para ir al velatorio y darle el pésame a la familia.
Lo velaban en su casa, así que allí fuimos todos. En un momento, pedí para ir al baño. Cuando me dirigía hasta allí pasé por el cuarto de Daniel, no me pude contener y entré. Llegué hasta su cama, y me agaché. Ahí debajo, como si nunca se hubiera movido, estaba la vieja fotografía; tan sólo para demostrarme que hay cosas que no tienen explicación.
Su servidor, Dionisio