jueves, 20 de marzo de 2008

El viaje cap. 3 (la vuelta)


No se porque, pero cuando estoy triste entiendo las estupideces que hago en la vida. Mientras retornaba a casa, en uno de los tres colectivos que debía tomarme, recordé una charla que tuve con un tío cuando era niño.
En ella, mi tío me explicaba un poco en broma y un poco en serio, que las mejores cosas de la vida no se buscan, simplemente se encuentran. Quizás allí estuvo mi error con Sofía, presionar la situación, tratar de provocarla.
Sentado allí, mirando el árido desierto desde la ventanilla, la escasa vegetación pareció trasmitirme su tranquilidad, su pasividad. Al mismo tiempo, pensaba en que la herida seguía abierta, tal vez tendría que pasar un tiempo aún mayor para que cicatrice del todo. Pero sabía, que no se borraría, y que de ella debía aprender.
En este corto viajecito pude disfrutar de muchas cosas, de reencontrarme con gente querida, que no veía hace años, conocer a una persona maravillosa, llegar a enamorarme de ella, y hasta ver como el corazón se me hacía trizas por no sentirme correspondido. Pero fue en el asiento de un colectivo donde realmente descubrí que debía cambiar, que había cosas que no me permiten disfrutar plenamente de lo que hago.
En el viaje de vuelta a casa no comí ni dormí nada, me la pase pensando y pensando. Llegaba a donde debía hacer transbordo, bajaba de un colectivo y subía al otro, para volver a pensar. Así transcurrió mi viaje, hora tras hora igual. Y aunque suene auto flagelante me ayudó mucho.
Cuando al fin llegué a casa, con mucha tranquilidad, acomodé las cosas del viaje, preparé algo de comer, vi algo de televisión, y me quedé dormido en el sofá.
Su Servidor, Dionisio

lunes, 10 de marzo de 2008

El viaje cap. 2 (mi pueblo)


Mi pueblo, siempre fue cálido y afectuoso, para aquellos que como yo retornábamos, pero es mucho más para los que, como Sofía, recién conocían su pequeñas callecitas. Estas, tienen su particularidad, que embellece el pintoresco paisaje del pueblo. No hay calles de tierra, tampoco de pavimento, desde épocas coloniales se conserva y, cuando hace falta, se restaura el empedrado colocado originalmente. Se decidió aquello luego de un debate interno, en donde participaron familiares directos de los que hoy habitan el pueblo, se resolvió no pavimentar nada, sino por el contrario, empedrar todas las calles para que todos los vecinos vivan en las mismas condiciones. Así, y a través del famoso boca en boca, se fue transformando, a pesar de lo pequeño y alejado, en un pueblo turístico.
Sin embargo, no había mucho para mostrar, pero lo poco que había se lo vivía como si fuera lo único en el mundo.
En nuestra primera salida, decidí llevar a Sofía al nuevo entretenimiento del pueblo; un bolichin en donde se podía jugar al bowling.
Más allá de que nos divertíamos muchísimo, contando anécdotas vividas con nuestros amigos en común, para mi era inevitable pensar que lo que quería realmente en ese momento, era besar sus labios. Trataba y trataba, pero en cuanto olvidaba esa idea, su dulce sonrisa me enamoraba de nuevo. ¿Pero que debía hacer? No quería arruinar todo tan solo por apurarme. Pero había onda, eso era claro. Porque me trataba demasiado bien. Pero quizá, ella es así con todo el mundo. ¿Y entonces?
Mareado con tantas preguntas y divagaciones que rodeaban mi casi calva cabeza, y casi sin escuchar lo que ella me hablaba, allí, en el mini boliche de bowling, decidí demostrar mi hombría, dar el primer paso, mostrarme a mí, y sobre todo a ella, que no iba a arrugar ante la situación. En definitiva, decidí darle un buen beso.
Me acerqué con la silla, la tome de la mano, levante la mirada, la mire fijamente a sus ojos, le coloqué atrás de la oreja izquierda un mechón de cabello, y me acerqué con suavidad.
Hoy es difícil explicar ese momento, porque mientras estaba ahí, mientras iba hacía el encuentro de su boca estaba nervioso. Cuando estaba llegando, cuando me di cuenta de que ya estaba todo bien, que ella me había permitido llegar hasta allí, me tranquilicé. “Esta listo”, pensé en ese instante. Y cuando ya llegaba, me corrió la cara.
No lo pude entender, me quedé helado, no supe que decir. Aún más cuando me preguntó: “¿Qué hacés?”
Solo me quedé ahí, deben haber sido 1 o 2 minutos, no más. Pero a mí me parecieron horas. Parecía que la tensión era cada vez más, y el silencio (el de ambos) profundizaba aún más la vergüenza que sentía.
Colorado, y ante la situación poco grata, con la voz medio quebrada solo me salió un: “Perdonáme, si querés nos vamos”. Ella por su lado, levantó la mirada, su bolso y dijo: “Será lo mejor”.
En ese momento pensé que tal vez si sería mejor salir de ahí, como para cambiar de aire. Sin embargo, se torno peor. Las callecitas solitarias, la pasividad, y el silencio del pueblo tornaban la noche muy romántica para cualquiera, para cualquiera menos para nosotros. Caminamos solos y callados. Una seña fue suficiente para ahuyentar a un vendedor de flores, aquel que siempre hace quedar bien a cualquier novio no podría salvarme esta vez.
La dejé en lo de su amiga Lucía, la despedí con un beso en la mejilla, le pedí disculpas nuevamente, y me quedé hasta que cerró la puerta, tal vez esperando que me de alguna señal de indulgencia, la cual no apareció.
Regrese a la casa de mis tíos, donde estaba parando, pensando muchas cosas; en como la conocí, el viaje hasta allí, todo lo que hablamos, su sonrisa, y tantas cosas más…
Al otro día no me dio la cara para buscarla, al siguiente tampoco. Así se me pasó una semana completa; encerrado, pensando en ella, en mi vida, y en todas las veces que por apresurado o salame pierdo cosas importantes. Algún que otro día me animé a salir a jugar a la pelota con mis primos, y una vez a pescar.
Cuando me quise dar cuenta ya era tiempo de volver. Ese último día tomé valor y fui a la misma casa en donde había dejado a Sofía. Aunque imaginaba que no iba a encontrarla, mantenía la esperanza. Me atendió una señora muy viejita, tía abuela de Lucía dijo, y me contó que mi Sofía solo se quedó dos días más desde que yo la deje esa noche, y luego se fue, no dejo número ni dirección para encontrarla.
Así, se terminó por diluir mi último hilo de esperanza con ella.
Llegó la noche, me despedí de amigos y familiares, agradeciendo el siempre cálido hospedaje, subí al tren y dejé atrás mi tan querido pueblito de calles empedradas.

Su servidor, Dionisio.